UNA AZAFATA SE ACERCÓ A MÍ Y DIJO: “QUÉDESE DESPUÉS DEL ATERRIZAJE, EL PILOTO QUIERE HABLAR CON USTED EN PERSONA”

Durante lo que parecía ser un vuelo normal, ya me sentía ansioso por una conexión que estaba a punto de perder. A mitad del trayecto, una azafata se acercó a mi asiento.
AZAFATA: “Disculpe, ¿tendrá prisa después del aterrizaje?”
YO: “Sí, tengo un vuelo de conexión y ya voy retrasado.”
AZAFATA: “Bueno, el piloto quiere hablar con usted después del aterrizaje.”
YO: “¿El piloto? ¿Por qué? ¿No puede decírmelo ahora?”
AZAFATA: “Me temo que no. Quiere hacerlo en persona. Sé que tiene prisa, pero créame: va a querer escuchar esto. Se arrepentirá si no lo hace.”
Con curiosidad y algo de nervios, decidí quedarme después del aterrizaje. Todos los demás bajaron mientras yo permanecía en mi asiento, con el corazón latiendo con fuerza, preguntándome qué estaba pasando.
Unos minutos después, el piloto entró en la cabina. Cuando lo vi, mi mochila y mi chaqueta se me cayeron de las manos.
Se me cayó la mandíbula.
Era mi hermano mayor, Lucas.
Había desaparecido de nuestras vidas hacía más de 15 años tras unirse al ejército. Cortó todo contacto, y la única señal que tuvimos fue una carta diciendo que estaba vivo, pero que necesitaba seguir su propio camino.
“Hola, hermanito,” dijo con una sonrisa y lágrimas en los ojos. “Creo que ya era hora de volver a casa.”
Me levanté, sin saber si reír o llorar, y lo abracé con fuerza. Allí mismo, en el pasillo del avión, con la tripulación observando en silencio, me reencontré con una parte de mi corazón que creía perdida para siempre.
Mi vuelo de conexión ya no importaba.
En ese momento, todo lo que necesitaba… era ese abrazo.