Tu Dolor es Ingrediente: La Lección del Pastel y la Fe

— ¿Quieres un pedazo de pastel? — preguntó la madre, con una sonrisa tierna, casi susurrando.
La hija permaneció en silencio.
Los ojos rojos de tanto llorar, las manos temblorosas, el corazón roto en mil pedazos.
En aquel único día, su mundo se desmoronó.
Fue reprobada en el examen más importante del semestre.
El novio terminó la relación de meses con un simple mensaje frío.
Y la mejor amiga —aquella que siempre estuvo a su lado— estaba con las maletas listas para mudarse de ciudad.
Todo a la vez.
Todo sin previo aviso.
Todo sin tiempo para respirar.
La hija se echó a llorar, sin fuerzas:
— ¿Qué hice para merecer esto? — preguntó, sollozando. — ¿Por qué Dios permite estas cosas?
La madre no respondió con críticas.
No dijo “deja de quejarte”, ni citó frases hechas.
Solo se acercó, envolvió a su hija en sus brazos y se quedó allí, apretándola contra su pecho, como si quisiera coser cada grieta invisible.
Después, dijo con dulzura:
— Ven. Voy a prepararte algo especial.
Sin discutir, la hija la siguió hasta la cocina.
Sobre la mesa sencilla, la madre colocó algunos ingredientes: harina, huevos, aceite, bicarbonato de sodio, azúcar.
La hija miró, sin entender nada.
— ¿Quieres un pedazo de pastel? — preguntó de nuevo la madre.
La hija forzó una sonrisa:
— ¿Ahora? ¿Con todo esto pasando?
— Sí — respondió la madre, con una mirada llena de amor. — Uno de los mejores que hemos comido.
— Está bien… acepto — dijo, aunque sin ánimo.
La madre entonces llenó una cuchara de aceite y se la extendió:
— Empieza por aquí.
La hija retrocedió, haciendo una mueca:
— ¡Qué asco, mamá! ¡Esto es horrible!
La madre solo sonrió y continuó:
— Entonces prueba un huevo crudo.
— ¡Mamá! — la hija se asustó.
— ¿Y un puñado de harina?
— ¡No! — respondió con asco.
La madre se cruzó de brazos y miró a su hija a los ojos:
— ¿Ves? Cada ingrediente por separado es malo, es amargo, es insípido.
Pero cuando lo mezclamos todo en el orden correcto, en el tiempo correcto, y lo dejamos en el horno el tiempo necesario…
se transforman en algo delicioso.
La hija, aún con los ojos húmedos, permaneció en silencio, pensando.
La madre se acercó y, con voz suave, continuó:
— Así es como Dios actúa en nuestras vidas.
A veces, enfrentamos días amargos, momentos que parecen insoportables.
Nos preguntamos el porqué de tanto dolor, sin entender.
Pero Dios ve lo que nosotros no vemos.
Él conoce el final de la receta.
Él sabe que, en el momento adecuado, cada lágrima, cada pérdida, cada decepción… serán transformadas en algo hermoso.
La hija dejó escapar una pequeña sonrisa.
No porque los problemas hubieran desaparecido.
Sino porque ahora ella sabía: Dios estaba en la cocina de la vida, mezclándolo todo con perfección.
Dios no desperdicia nada.
Cada dolor, cada lágrima, cada caída… forman parte de la receta que Él está preparando para ti.
Confía. El pastel todavía está en el horno.