“Papá… quiero contarte algo, pero prométeme que no te vas a enojar”

—”Papá… quiero contarte algo, pero prométeme que no te vas a enojar” —dijo mi hijo, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—Dime, hijo —respondí, tratando de mantener la calma, aunque por dentro estaba lleno de preocupación.

Iván guardó silencio unos segundos, jugando con sus manos, tal vez reuniendo valor. Finalmente, habló, como si fuera a confesar algo muy grave.
—Hoy lloré frente a todos en clase —dijo, sin poder mirarme a los ojos.
Mi primer impulso fue abrazarlo, pero me contuve.
—¿Por qué, hijo? ¿Qué pasó?
Él levantó la vista, avergonzado.
—El profesor de matemáticas me llamó al pizarrón para resolver un ejercicio. Me puse tan nervioso que me equivoqué. Todos empezaron a reírse de mí… Me gritaron “idiota”, “tonto” y dijeron que llorar es para débiles.
Al escucharlo, sentí que el corazón se me partía en dos.
—Dime, hijo… ¿el ejercicio era difícil?
—No… pero me puse muy nervioso, papá. Empecé a sudar, a temblar, y olvidé todo lo que habíamos estudiado en casa.
—Hijo, quiero decirte algo muy importante. Prométeme que nunca vas a olvidar mis palabras.
Iván asintió con la cabeza, serio.
—Te lo prometo —respondió con sinceridad.
—Bueno… primero quiero decirte que estoy muy orgulloso de ti. Sabes llorar, y eso es algo poderoso. Mucha gente dice que llorar es de débiles, pero están equivocados. Llorar no es una debilidad, hijo, es todo lo contrario. Si puedes dejar salir tus lágrimas, eso significa que sientes, que estás vivo.
Llorar es normal, y créeme: todos lloramos. Los superhéroes, los grandes líderes, los profesores… todos lo hacemos.
Así que nunca te avergüences de tus lágrimas. Llora siempre que lo necesites, porque si no lo haces, el dolor se queda adentro y se convierte en amargura.
Iván me miraba en silencio, reflexionando. Vi en sus ojos que mis palabras estaban haciendo efecto. Poco a poco, su expresión fue cambiando. Me miró con una leve sonrisa, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Y en ese momento, supe que había logrado algo importante: que mi hijo dejara de sentirse miserable y volviera a sentirse valioso.
Las palabras tienen poder. Pueden cambiar el destino de un niño. Un simple consejo puede marcar una gran diferencia en su vida.
Por eso, nunca le digas a tu hijo que deje de llorar. Nunca le enseñes que llorar es para los débiles, porque eso es un error. Llorar es humano. Llorar es fortaleza.
Enséñale a reconocer sus emociones. No lo obligues a esconder sus lágrimas, porque cada vez que las deja caer, está aprendiendo a ser realmente fuerte. Reprimir lo que sentimos solo nos llena de dolor y frustración.
Expresar lo que llevamos dentro es esencial para sanar. Así que, la próxima vez que veas a tu hijo llorar, ya sabes qué hacer: abrázalo, dale seguridad y permite que suelte su dolor. Eso también es amor.