Historias

Fui a recoger a mi esposa y a nuestras gemelas recién nacidas del hospital… pero solo encontré a los bebés y una nota

Aquella mañana, no podía contener la emoción. Sonreía sin parar. ¡Por fin iba a llevar a casa a mis niñas!

Saludé a las enfermeras en la estación mientras caminaba rápido hacia la habitación de Suzie. Pero al abrir la puerta… me congelé.

Nuestras hijas gemelas dormían tranquilamente en sus cunas. Pero Suzie no estaba.

Pensé que quizás había salido a tomar aire. Entonces vi la nota. Me temblaban las manos mientras la abría.

“Adiós. Cuídalas. Pregúntale a tu madre por qué me hizo esto.”

Una enfermera entró con una carpeta.

—Buenos días, señor. Aquí está el alta de… —dijo, pero la interrumpí.

—¿Dónde está mi esposa? —pregunté, lleno de angustia.

La enfermera dudó.

—Ella se fue esta mañana… dijo que usted ya lo sabía.

—¡No! —grité—. ¿Dijo algo más? ¿Parecía molesta?

—Estaba tranquila. Silenciosa. ¿No sabía usted?

Salí del hospital en estado de shock, con las gemelas en brazos. Mi esposa —la mujer que amaba— había desaparecido, dejando atrás a nuestras hijas y una nota devastadora.


Cuando llegué a casa, mi madre, Mandy, me esperaba en el porche con una fuente de comida. Su sonrisa desapareció al verme.

—¿Qué pasó? —preguntó.

Le mostré la nota.

—¡Esto pasó! ¿Qué le hiciste a Suzie?

Ella pareció confundida.

—No sé de qué hablas. Suzie siempre fue… emocional.

—¡No me mientas! Nunca la aceptaste. Siempre la criticabas.

—¡Solo intentaba ayudarte! —dijo entre lágrimas.

Esa noche, recordé todas las veces que mi madre lanzó comentarios hirientes disfrazados de bromas. Suzie los ignoraba, pero ahora veía cuánto daño le hicieron.

Entonces encontré una carta. Escrita por mi madre para Suzie.

“Nunca serás suficiente para mi hijo. Lo atrapaste con este embarazo, pero no me engañas. Si de verdad te importan, te irás antes de arruinar sus vidas.”

Ya era casi medianoche. Golpeé la puerta de la habitación de invitados con fuerza.

—¿Cómo pudiste?

—Solo quería protegerte —susurró—. Ella no era para ti…

—¡Es la madre de mis hijas! Tú no decides quién es suficiente. Te vas de esta casa.

—No hablas en serio…

—Sí hablo en serio. Haz tus maletas. Te vas.


Las semanas siguientes fueron duras.

Una tarde, mientras Callie y Jessica dormían, recibí un mensaje de un número desconocido. Era una foto de Suzie en el hospital, sosteniendo a las gemelas. Su rostro se veía pálido, pero en paz. Abajo, un mensaje:

“Ojalá pudiera ser la madre que ellas merecen. Espero que puedas perdonarme.”

Llamé al número, pero estaba desconectado.

Esa noche, alguien llamó a la puerta.

Era Suzie.

Sostenía una pequeña bolsa de regalo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Lo siento —dijo con la voz quebrada.

Había huido por miedo, por agotamiento, por sentirse incapaz. La terapia le había ayudado a empezar de nuevo, paso a paso.

—No quería irme —dijo.

—Solo no sabía cómo quedarme.

Le tomé la mano.

—Vamos a resolverlo. Juntos.

Y así fue. No fue fácil. Sanar nunca lo es. Pero el amor nos dio fuerza para empezar de nuevo.

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