Historias

“Siempre sentí curiosidad por saber por qué mi madre odiaba a su vecino, pero cuando él murió, descubrí la verdadera razón.”.

Volver a la casa donde crecí nunca estuvo en mis planes, salvo para buscar a mi madre y llevármela conmigo. Pero al llegar, una mezcla de nostalgia y tensión me envolvió por completo. La casa estaba tal como la recordaba: con las esquinas desgastadas, el jardín algo descuidado, pero con el mismo olor a madera vieja y lavanda.

Mi madre, Susan, siempre fue una mujer rígida. Nuestra relación nunca fue fácil, y por eso pasaban años sin que yo la visitara. Sin embargo, últimamente, por teléfono, sonaba cansada. Le costaba hablar de tareas simples como limpiar o ir al mercado. Me di cuenta de que ya no podía vivir sola. Curiosamente, solo aceptó mudarse después de la muerte de Jeremy, su vecino, un hombre por el que siempre manifestó un odio inexplicable.

Lo recuerdo bien: desde pequeña, mi madre me prohibía acercarme a la casa de Jeremy. “¡Mantente lejos de él!”, me decía. Pero él siempre fue amable conmigo. Un día incluso me regaló un osito de peluche —el Sr. Peebles— que escondí en el armario porque ella se enfureció al enterarse.

Cuando llegué aquella mañana, mi madre aún estaba empacando en el piso de arriba y, como siempre, rechazó mi ayuda. Así que me puse a ordenar el piso de abajo. Al mover unas estanterías viejas, encontré una foto de nuestra familia —mi madre, mi padre y yo—. Algo me llamó la atención: yo no me parecía a él. Mis ojos verdes contrastaban con los ojos marrones de ambos. Extraño… pero era un detalle que nunca me cuestioné.

Cansada de esperar, salí a caminar y mis ojos fueron directo hacia la casa de Jeremy. Estaba vacía, abandonada. La curiosidad me pudo, y al probar la manija, la puerta se abrió con un chirrido. Entré.

El silencio allí pesaba. Caminé entre muebles cubiertos de polvo hasta llegar a lo que parecía su habitación. Sobre una mesa había una caja. En ella, escrito con letra elegante: “Para Lisa.” Mi corazón se detuvo un instante. La abrí.

Dentro había cartas, fotografías y un diario. Tomé una de las fotos: era yo, de niña, en brazos de Jeremy, sonriendo. Al reverso, una fecha y una dedicatoria: “Mi ángel.” Fui directo al diario. En las primeras páginas descubrí una verdad que jamás imaginé: Jeremy era mi verdadero padre.

Las cartas contaban una historia de amor prohibido. Mi madre y Jeremy se habían enamorado cuando ella aún estaba casada. Al quedar embarazada, temió el escándalo y decidió mantener el secreto, obligando a Jeremy a alejarse. Sin embargo, él nunca dejó de vigilarme desde la distancia, de amarme en silencio. El osito que me regaló fue su único intento de acercarse.

Volví a casa aturdida, con la caja en las manos. Encontré a mi madre en la sala y, sin decir palabra, coloqué todo frente a ella. Su rostro palideció. Se sentó en silencio, observando las fotos y leyendo las palabras del diario como si fueran fantasmas del pasado.

“¿Lo sabías?” pregunté con la voz temblorosa.

Ella asintió lentamente. “Hice lo que creí mejor. Quería protegerte de la vergüenza… del caos.”

“Pero me privaste de la verdad. Me lo quitaste a él.”

No respondió. Solo bajó la mirada, como si por fin comprendiera el peso de la decisión que había cargado en silencio durante tanto tiempo.

Esa noche nos fuimos. Me llevé a mi madre conmigo, como había planeado. Pero también me llevé la caja, el diario… y una nueva identidad. La hija de Jeremy. El hombre que fue odiado injustamente y que, incluso desde lejos, jamás dejó de amarme.


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