Historias

Una Dueña de Perro Maleducada Arruinó la Experiencia en el Aeropuerto — Pero Se Merecía Lo Que Hice en la Puerta de Embarque

El aeropuerto JFK era un caos.
Vuelos retrasados, colas interminables en seguridad y pasajeros malhumorados por todos lados: un día típico de viaje. Pero entre el ruido habitual, una voz se alzó como una sirena.

“Sí, le dije que no pienso hacer eso. No es mi trabajo. Me da igual si llora.”

Todos se giraron. Una mujer con un abrigo rojo llamativo hacía una videollamada a todo volumen, sin auriculares, frente al Hudson News.

Sostenía el móvil con el brazo extendido, y su voz era aguda y molesta.

Mientras tanto, su pequeño perro blanco se agachaba justo en medio del pasillo y dejaba un desastre en el suelo de azulejos. Su collar con brillantes relucía bajo las luces.

Un hombre mayor con gorra beige se acercó con amabilidad:

“Señorita, su perro…”

Ella no lo dejó terminar.

“Hay gente que es increíblemente maleducada”, soltó.

“Me mira como si hubiera matado a alguien. Métase en sus asuntos, abuelo.”

Otra pasajera gritó:

“¡Señora! ¿De verdad no va a limpiar eso?”

Ella ni se inmutó. Movió la mano con desdén:

“Para eso están los conserjes.”
Y siguió caminando, dejando a todos boquiabiertos.


El Medio: Una Pesadilla en Cada Paso

Más tarde, la volví a ver en seguridad.
Se coló en la fila, dejó su bolso enorme al frente y declaró:

“Tengo PreCheck. Mi perro se pone nervioso.”

Un agente le indicó que no era la fila correcta.

“No me importa. Voy a pasar igual.”

Entonces vino el drama de los zapatos.

“No me los voy a quitar.”
“Son botas, señora.”
“Son sandalias. Los voy a demandar.”

Al final, accedió, murmurando entre dientes.

Su perro ladraba a todo: carritos de bebé, personas mayores, incluso maletas con ruedas.

En la cafetería, gritó al barista:

“Dije leche de almendras. ¿Estás sordo?”

“Solo tenemos de avena o soja”, respondió con calma.

“Lo que sea. Inútiles”, dijo, agarrando la bebida y alejándose mientras su música sonaba por el altavoz del celular.


El Final: El Truco de la Puerta

Por fin, llegué a la puerta 22 —el vuelo a Roma— y allí estaba ella. Otra vez.

Aún hablando por videollamada a gritos. Sin auriculares.
Su perro ladraba a cada niño o cochecito que pasaba.
Ella ocupaba tres asientos: uno para sus piernas, otro para su bolso y otro para el perro.

La gente estaba agotada.
Un hombre murmuró: “Esto no puede ser real.”
Varios se cambiaron de lugar.
Una pareja mayor preguntó: “¿Irá en nuestro vuelo?”

Un niño pequeño empezó a llorar tras ser ladrado.
Nadie se atrevía a decirle nada.

Nadie… excepto yo.

Me senté justo al lado de ella.

Me miró de reojo.
Sonreí y dije:

“Día largo, ¿no?”

No respondió. Su perro gruñó a mi zapato.

“Bonito perrito.”
“No le gustan los extraños.”
“Lo entiendo. Los aeropuertos sacan lo peor de la gente.”

Volvió a su llamada. Yo esperé. Tenía un plan.

Mientras ella discutía sobre una pulsera perdida o una devolución, su perro mordisqueaba un envoltorio de plástico tirado por ahí. Sin correa a la vista.

Una pareja mayor cerca lucía tensa. El hombre sostenía un bastón; la mujer agarraba los boletos como si fueran a desaparecer.

Cuando el perro les ladró, se levantaron en silencio y se alejaron.

Eso fue el colmo.

Me levanté.

“¿Y ahora qué?” gruñó ella.

“Solo estirando las piernas,” respondí sonriendo.

Caminé unos pasos, fingí estirarme, luego regresé y me senté de nuevo a su lado.

“¿Vas a París por trabajo o por placer?” pregunté amablemente.

“¿Qué?”

“París,” señalé la puerta.
“¿Viaje de negocios o escapada?”

“Voy a Roma.”

“Ah…” fingí revisar mi celular.
“Qué raro. Mi app dice que cambiaron el vuelo a Roma a la puerta 14B. Esta es la de París.”

Miró la pantalla. Aún decía claramente: ROMA – A TIEMPO.

Pero no lo comprobó. Murmuró:

“Increíble…”

Metió todo en su bolso, agarró al perro y se fue refunfuñando.

Nadie intentó detenerla. Nadie se disculpó.

Me recosté en el asiento vacío.
Silencio. Bendito silencio.

Unos segundos después, una risa suave.
Una niña me dio un pulgar arriba.
Un padre susurró “gracias”.

Alguien aplaudió. Una niña abrazó su osito y dijo “¡bien!”

Incluso la agente de la puerta sonrió al volver al mostrador.

Solo hay un vuelo diario a Roma.
Y ella lo perdió.

Ups.

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