Historias

Una anciana solitaria recibe entregas diarias de un desconocido, hasta que descubre que el repartidor es su hijo perdido hace años.

Emma, una anciana que vivía sola desde hacía años, nunca imaginó que su rutina cambiaría por completo a raíz de una simple entrega. Desde la muerte de su esposo John, siete años atrás, su vida había sido solitaria, silenciosa, limitada a las paredes de su hogar. Nunca tuvieron hijos—al menos eso creían todos.

Un día cualquiera, mientras Emma veía televisión, el timbre sonó. Al abrir la puerta, encontró a un repartidor con una máscara que le entregó varias cajas sin dar explicaciones.

—Señora, estos paquetes fueron enviados de forma anónima. Ya han sido revisados, están seguros —dijo el hombre, dejando todo junto a la puerta.

Emma, confundida pero curiosa, abrió las cajas. Dentro había pequeños electrodomésticos, ropa y alimentos. Pensó que se trataba de un error, pero al día siguiente recibió más paquetes. Y al siguiente también. Siempre del mismo repartidor.

Un día, decidió preguntarle:

—¿Cómo te llamas, joven?

—Ted Harrison —respondió él con una sonrisa—. Y esto es para usted —añadió, entregándole una carta.

La nota decía: “Señora Richards, por favor, dígame lo que necesita. Estoy aquí para ayudarla.”

Conmovida, Emma empezó a dejarle pequeñas solicitudes: mantas, libros, víveres. Ted se volvió una presencia constante. Se quedaba a tomar té, la ayudaba con reparaciones y, poco a poco, llenó su vida de compañía.

Hasta que un día Ted no vino. Preocupada, Emma fue a la oficina postal, pero allí le dijeron que nadie con ese nombre trabajaba allí. Decepcionada, regresó a casa… y encontró una caja con una nota y una llave.

“Hace un mes descubrí la verdad contratando a un investigador. Sé que usted se culpa por lo que ocurrió, pero quiero que sepa que no la culpo. Sé que me dio en adopción para darme una mejor vida. Y la tuve, pero siempre sentí que algo me faltaba… y era usted, mamá.”

“Compré una casa nueva. Esta es la llave. Si quiere, puede venir a vivir conmigo. Déjeme cuidarla. Con cariño, su repartidor: Ted.”

Emma temblaba mientras leía. Recordó el día en que, por necesidad, dejó a su hijo en un orfanato junto a una carta anónima explicando su decisión. Nunca supo qué había sido de él… hasta ahora.

Se preparaba para salir a buscarlo cuando escuchó golpes en la puerta. Al abrir, allí estaba Ted.

—Hola, mamá —dijo con ternura.

Emma lo abrazó con fuerza y lágrimas en los ojos.

—Lo siento tanto, hijo. Ojalá puedas perdonarme.

—No necesitas disculparte. Estoy aquí porque quiero estar contigo. Nunca es tarde para empezar de nuevo.

Esa noche, empacaron sus cosas juntos. Un camión los esperaba para llevarla a su nuevo hogar. Allí, Emma conoció a la esposa y los hijos de Ted, quienes la recibieron con los brazos abiertos.

Desde entonces, Emma nunca más estuvo sola.


¿Qué nos enseña esta historia?

El pasado no tiene que definir el futuro. Emma creyó que nunca volvería a ver a su hijo, pero él eligió perdonar y reencontrarse con ella.

El perdón es una forma poderosa de amor. Ted no solo perdonó, sino que construyó un nuevo comienzo con quien lo trajo al mundo.


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