Historias

Un pastel, un secreto y la verdad: La decisión que cambió nuestro futuro.

Emma jamás imaginó que una tarde común en la oficina podría cambiar su vida por completo. Mientras estaba sentada en su escritorio, escribiendo un correo y pensando en qué preparar para la cena, apareció el repartidor en la puerta con una caja rosa brillante entre las manos y una sonrisa como si supiera algo que ella no.

—¡Buenas tardes, Emma! ¡Esto es para ti! —dijo animado.

—Gracias, Nico —respondió ella, sorprendida al recibir la caja.

No había hecho ningún pedido. No era su cumpleaños ni había celebraciones en la oficina. ¿Quién le enviaría un pastel?

Su estómago se llenó de dudas. Su esposo, Jake, era uno de los pasteleros principales de una panadería elegante en la ciudad. Tal vez era un pequeño gesto de su parte.

La oficina zumbaba como de costumbre: teléfonos sonando, teclados tecleando, risas desde la sala de descanso. Pero en ese momento, todo eso desapareció del fondo. Emma deshizo el lazo, levantó la tapa de la caja y se quedó helada.

Sobre el pastel, escritas en glaseado negro, había cuatro palabras que la paralizaron:

“Te estoy divorciando.”

Emma miró esas palabras, incrédula. Pero había algo más.

Encima del pastel, perfectamente colocada, estaba una prueba de embarazo positiva.

El corazón se le hundió.

Jake la había encontrado. La prueba que Emma había arrojado esa mañana a la basura del baño, pensando en ocultarla después. Se le había olvidado. Y ahora esto… ¿Era esta la respuesta de Jake? ¿Un pastel con un mensaje así?

Divorcio. Servido con azúcar.

Emma se sostuvo del borde del escritorio para no caer. Esto no era una broma. Jake pensaba que lo había engañado.

¿Por qué más le enviaría eso?

Cerró la caja. Su mente giraba.

A Jake le habían dicho hacía años que era estéril. Debía creer que ese bebé no podía ser suyo. Debía pensar que Emma le había sido infiel.

Pero la verdad era más compleja.

No lo había engañado. La prueba era suya, sí, pero no le había dicho nada porque quería confirmar con el médico antes. Después de tanto sufrimiento intentando tener un hijo, no quería levantar esperanzas en vano.

Recordó una conversación de hace tres años:

—Creo que deberíamos dejar de intentarlo por un tiempo —dijo Emma en la cama.

—¿Qué quieres decir, Em? ¿Dejarlo así como así?

—Llevamos dieciocho meses intentándolo, Jake. Creo que nuestros cuerpos necesitan un descanso.

—¿Te refieres a mi cuerpo? Los médicos dijeron que es mi culpa. Son mis espermatozoides. Claro, dejemos de intentarlo…

Desde entonces, la relación se había debilitado. Sin el objetivo de tener un hijo, apenas funcionaban como pareja.

Y ahora, Jake pensaba lo peor.

Emma tomó la caja, su bolso y salió corriendo de la oficina. Ignoró las miradas preocupadas. Solo quería llegar a casa y enfrentarlo.

Al entrar, lo vio caminando nervioso por la sala, con el rostro rojo.

—¡Dime que esa prueba no es tuya! —gritó Jake.

Emma puso la caja sobre la encimera con calma.

—Es mía, Jake —dijo.

Jake parecía aún más furioso.

—Si quieres el divorcio, no te lo impediré —continuó ella—. Pero antes de que te vayas, hay algo que debes saber.

—¿Qué podrías decirme, Emma? Pensé que me amabas. ¿Cómo pudiste…?

—¡Jake, escúchame! Ese bebé es tuyo. ¡Vas a ser papá!

El silencio cayó como un peso.

Jake dejó de moverse. La miró sin entender. Luego negó con la cabeza.

—No. Es imposible. Soy estéril. Lo hemos hablado por años.

—Los médicos se equivocaron —explicó Emma, acercándose—. Hoy vi al Dr. Harper. Me dijo que tu diagnóstico es oligospermia, no infertilidad. Eso significa que tu conteo es bajo, no que sea imposible.

Jake buscó sus ojos. No dijo nada. Se sentó, abatido, y se cubrió el rostro con las manos.

—Dios… Emma… pensé que me habías engañado. Que habías buscado a alguien más porque yo no… no podía darte lo que querías.

Se echó a llorar.

Emma lo miró, su propio corazón roto. Años esperando ese momento: un embarazo. Pero no así. No entre gritos, dudas y un pastel cruel.

—Lo siento tanto —repitía Jake—. Lo siento.

Ella lo dejó procesar. Se disculpó una y otra vez.

—No merezco esta oportunidad —dijo—. Pero juro que te lo compensaré. Seré el mejor padre. El mejor esposo.

Emma tragó en seco. No era el anuncio que había soñado. Imaginó lágrimas de felicidad, abrazos. No este desastre.

Pero entonces comprendió que, a pesar de todo, tenían algo que creían imposible:

Un hijo.

Un futuro.

—Lo resolveremos —susurró Emma.

Y por primera vez en mucho tiempo, vio esperanza en los ojos de Jake. Cuando él se acercó, ella no se alejó. Se abrazaron, compartiendo el peso de un embarazo inesperado — y una nueva vida por venir.


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