Un calcetín desaparecía todo el tiempo… hasta que descubrí por qué.

Todo comenzó en un día cualquiera, cuando noté que algunos de mis calcetines empezaban a desaparecer. Al principio no le di importancia. Pensé que quizás se habían perdido en la lavadora, quedado atrapados en algún rincón o mezclado con otra ropa. Pero pronto me di cuenta de algo muy extraño: siempre desaparecía solo un calcetín de cada par. Y ocurría repetidamente.
No tenía sentido. Nuestra casa es pequeña y yo estaba segura de que no estaba perdiéndolos por descuido. Como madre soltera, empecé a sospechar que tal vez mi hijo, David, tenía algo que ver. Pero ¿por qué querría llevarse un solo calcetín de cada par?
Decidí averiguarlo. Instalé una vieja cámara oculta en la lavandería, decidida a descubrir qué estaba pasando.
Al día siguiente, vi las grabaciones… y me quedé sin palabras. David entraba sigilosamente con una bolsa, elegía un solo calcetín de un par limpio, lo escondía en el bolsillo de su chaqueta escolar y salía de casa como si tuviera una misión.
Mi curiosidad aumentó. Al día siguiente, lo seguí sin que él lo notara. Caminó por varias calles hasta llegar a una zona antigua de la ciudad que yo nunca había visitado. Las casas estaban deterioradas y la zona parecía abandonada. Comencé a preocuparme.
David se detuvo frente a una casa sencilla y llamó a la puerta. Al poco rato, un anciano en silla de ruedas abrió. Para mi sorpresa, David le entregó el calcetín, diciendo que era nuevo y que le ayudaría a mantener los pies calientes durante el invierno.
Me quedé paralizada. El hombre me vio, sonrió con dulzura y me dijo:
— Tu hijo es un ángel. Se preocupa por mí.
Fue entonces cuando supe la verdad. David había conocido al hombre por casualidad, caminando hacia la escuela. El anciano vivía solo desde que sus hijos se habían mudado al extranjero, y había perdido una pierna. Desde ese día, David lo visitaba con frecuencia, no solo para llevarle calcetines, sino también para acompañarlo y ayudarle en lo que podía.
Cuando David me vio, me preguntó tímidamente:
— Mamá… ¿estás enojada conmigo?
Lo abracé con fuerza y le respondí:
— No, mi amor. Estoy muy orgullosa de ti.
Desde entonces, empezamos a visitar juntos al anciano. Le ayudamos con las tareas del hogar, lo escuchamos, le hacemos compañía. Lo que empezó como un misterio de calcetines desaparecidos se transformó en un símbolo de solidaridad y pequeños gestos que cambian vidas.
David me enseñó que las buenas acciones no se dicen — se hacen. Y a veces, comienzan con algo tan simple como un solo calcetín.