Mi Novia de la Secundaria Apareció en Mi Puerta 48 Años Después, Sosteniendo una Vieja Caja Roja.

Howard pasó su vida solo. Nunca se casó, nunca tuvo hijos. Solo él, su pequeña casa y su trabajo como conductor de autobús escolar. Su única alegría venía de los niños del vecindario, que se detenían para escuchar sus historias o jugar en el jardín.
Aquella tarde, estaba en su sillón favorito, viendo una repetición en la televisión, cuando escuchó un golpe en la puerta.

Sonrió. Probablemente era Tommy queriendo mostrarle su proyecto de ciencias o Sarah pidiendo ayuda con su tarea de matemáticas.
“¡Ya voy!”, llamó, levantándose para abrir.
Pero cuando abrió la puerta, su mundo se detuvo.
Una mujer de su edad estaba allí, sosteniendo una pequeña caja roja, desgastada por el tiempo. Su cabello grisáceo brillaba bajo la luz de la tarde.
Sus ojos se encontraron y, en un instante, el reconocimiento lo golpeó.
“Kira?” Su nombre salió de sus labios con torpeza, como una palabra olvidada.
Ella sonrió suavemente. “Finalmente te encontré, Howard. Después de dos años de búsqueda.”
Howard sintió el peso del pasado caer sobre él. Durante 48 años, no había sabido nada de Kira, su primer amor, la chica que rompió su corazón la noche del baile de graduación.
Intentó comprender por qué estaba allí, después de tanto tiempo.
Kira levantó la pequeña caja roja. “Esto debió haber llegado a ti hace muchos años, pero mi madre nunca lo envió. Y por eso… nuestras vidas cambiaron para siempre.”
48 Años Atrás
El gimnasio estaba decorado con cintas de colores y una bola de espejos lanzaba destellos por el salón. Howard y Kira bailaban lentamente, el vestido azul de ella reflejando la luz.
Howard no podía imaginar un futuro sin Kira. Soñaba con casarse con ella algún día. Solo necesitaba el valor para pedírselo.
“Kira?”, murmuró, sintiendo su cabeza apoyada en su hombro.
Ella levantó la mirada, con un brillo de tristeza en los ojos. “¿Podemos salir un minuto?”
Afuera, lo llevó hasta el viejo roble donde compartieron su primer beso.
“¿Qué pasa?” preguntó Howard, notando que ella evitaba mirarlo a los ojos.
Ella tomó sus manos entre las suyas. “No quería decirte antes. Quería que esta noche fuera perfecta.”
“¿Decirme qué?”
“Nos mudamos.” Su voz se quebró. “A Alemania. La empresa de mi padre… lo están trasladando. Nos vamos mañana.”
El mundo dejó de girar. “¿Mañana? Pero… ¿y la graduación? ¿Y la universidad? Íbamos a ir juntos.”
“Lo sé.” Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. “Rogué para que esperaran, solo para poder tener el baile contigo. Pero mi padre tiene que presentarse el lunes.”
Todos sus sueños de un futuro juntos se rompieron como cristal. Pero no, Howard no iba a rendirse tan fácilmente. Aún podían hacerlo funcionar.
“Podemos escribirnos… llamarnos. Te visitaré cuando consiga trabajo…”
Kira negó con la cabeza y se secó los ojos. “Howard, sabes que la distancia nunca funciona. Podrías conocer a alguien en la universidad, y no quiero atarte.”
“¡Jamás!” Apretó sus manos. “Eres el amor de mi vida, Kira. Te esperaré el tiempo que sea necesario. Yo… quiero casarme contigo.”
Ella se tapó la boca y rompió a llorar. Howard la abrazó, intentando memorizar cada detalle de ese momento mientras le susurraba promesas.
Se quedaron allí bajo el roble hasta que la última canción se apagó, abrazándose como si con eso pudieran detener el tiempo.
“Te escribiré,” prometió Kira cuando se despidieron esa noche.
Pero Howard nunca recibió nada.
Presente
Howard miraba a Kira, la caja roja pesando en sus manos.
“Ábrela,” pidió ella suavemente.
Con los dedos temblorosos, levantó la tapa. Dentro había una carta amarillenta por el tiempo. Y debajo de ella…
Una prueba de embarazo.
Su corazón se detuvo. “Kira…?”
Ella se secó los ojos. “Lo descubrí después de que nos mudamos. Le di esta caja a mi madre y le supliqué que te la enviara. Cuando nunca recibí respuesta, pensé… pensé que no nos querías.”
Howard cerró los ojos, sintiendo el impacto de sus palabras.
“¿Tuvimos un bebé?” preguntó en un susurro.
Kira asintió. “Nuestro hijo.”
Howard trató de asimilarlo. “¿Dónde está?”
Ella miró hacia la calle. “Ahí. En el coche.”
Howard siguió su mirada. Un sedán azul estaba estacionado. La puerta se abrió y un hombre de unos 40 años salió del auto.
Cuando sus ojos se encontraron, Howard vio su propio reflejo en aquel desconocido.
El hombre caminó vacilante hasta la entrada.
“Hola, papá.”
La palabra rompió algo dentro de Howard. Bajó los escalones y envolvió a su hijo en un abrazo.
“Soy Michael.” Sonrió entre lágrimas. “Soy profesor de inglés en la secundaria.”
Howard saboreó el nombre. “Michael… ¿eres profesor?”
“Ahora vivimos en Portland,” dijo Kira. “Michael y su esposa acaban de tener un bebé. Eres abuelo, Howard.”
Howard rió con incredulidad. “¿Abuelo?”
Kira tomó su mano. “Si quieres, puedes venir con nosotros y conocer a tu familia.”
Howard miró su casa, su rutina solitaria, y luego a su hijo, viendo en él la vida que nunca había conocido.
Sonrió. “Me encantaría.”
Mientras Kira y Michael lo rodeaban en un abrazo, Howard se dio cuenta de que, a pesar del tiempo perdido, el amor había encontrado el camino de regreso a él.