Mi Hija de 5 Años Me Llamó al Trabajo: “Mamá Se Fue con Sus Cosas y Me Dijo que Te Esperara, Papá”.

Kevin nunca imaginó que su esposa desaparecería así. Todo parecía normal, hasta que recibió una llamada de su hija de cinco años en medio del trabajo. Desde ese momento, su mundo se vino abajo. Laurel se había ido, y lo único que dejó fue una nota enigmática. Una semana después, Kevin descubrió la verdad: ella nunca quiso esa vida. Ella quería el mundo.
Era un martes como cualquier otro. Estaba lleno de hojas de cálculo cuando sonó mi teléfono. Casi lo ignoré, hasta que vi el identificador de llamadas: Casa.

Fue extraño. Laurel solía enviar mensajes. Solo llamaba si era algo urgente. Contesté de inmediato.
—¿Hola? ¿Laurel?
—¿Papá?
Era la voz de mi hija, Alice.
—Alice, ¿por qué me llamas, amor? ¿Todo está bien? ¿Dónde está mamá?
—Se fue —dijo, con total naturalidad.
—¿Cómo que se fue? Alice, ¿qué quieres decir?
—Se llevó su maleta grande, la que le gusta a Buddy para dormir. Y también ropa.
—¿Y qué te dijo?
—Me abrazó muy fuerte y me dijo que te esperara.
—¿Dijo a dónde iba?
—No.
En ese momento, el aire se volvió pesado. Me levanté de golpe, agarré mis cosas y salí corriendo hacia casa.
Abrí la puerta con fuerza. Todo estaba… raro. Silencioso. Frío.
Alice estaba en el sofá, todavía en pijama, abrazando su conejo de peluche. Al verme, corrió a mis brazos, sollozando.
—Papá… ¿Dónde está mamá? ¿Cuándo vuelve?
—No lo sé, mi amor. Pero ya estoy aquí contigo, ¿sí?
Fue entonces cuando vi el sobre en la mesa. Mis manos temblaban mientras lo abría.
Kevin,
No puedo seguir viviendo así. Cuando leas esto, ya me habré ido. Pero dentro de una semana sabrás lo que pasó conmigo. Cuida a Alice. Dile que la amo. Que siempre la amaré.
– Laurel
Lo leí tres veces. No solo me estaba dejando a mí. Estaba dejando a nuestra hija también.
Llamé a sus amigas. Nadie sabía nada. Sus padres tampoco. Todo había sido planeado.
Esa noche, Alice me miró mientras jugaba con su comida.
—Papá… mamá va a volver, ¿verdad?
—No lo sé, mi cielo —le dije. —Mañana iré a buscarla. Tú te quedarás con la abuela, ¿te parece?
—Trato —respondió con una pequeña sonrisa.
Al día siguiente fui a la cafetería que ella solía visitar. Busqué en sus redes sociales. Todo había sido eliminado. Pensé en ir a la policía, pero no sabía por dónde empezar.
Y entonces llegó el séptimo día.
Encendí la televisión. Y ahí estaba ella.
Laurel. La madre de mi hija. La mujer que nos había abandonado.
—¿Mamá? —dijo Alice, dejando caer sus papas fritas.
El presentador anunció:
—Con ustedes, una mujer que durante años dejó de lado sus sueños. Pero hoy… está lista para brillar. ¡Un aplauso para Laurel!
Comenzó a cantar.
Y por un momento, olvidé cómo respirar.
Siete años de matrimonio. Una vida construida juntos. Y nunca, nunca la había escuchado cantar así.
Su voz era intensa. Viva. Llena de alma.
Cuando terminó, uno de los jueces preguntó:
—Laurel, ¿por qué decidiste hacer esto ahora?
—Porque entendí que si no perseguía mi sueño ahora, nunca lo haría. Ser esposa y madre es hermoso, pero ver cómo tus sueños desaparecen… eso duele. Ya no podía seguir así.
Apagué la televisión. Mi celular vibró.
Un mensaje de un número desconocido:
Sé que lo viste.
Por supuesto. Era ella.
Le respondí con el corazón apretado:
¿Por qué no me lo dijiste?
Tardó en contestar.
Y luego escribió:
Porque sabía que intentarías detenerme.
Y fue ahí cuando lo entendí.
Podría haber discutido. Rogado. Intentado que volviera.
Pero por primera vez, enfrenté la verdad:
Laurel nunca quiso la vida que teníamos. Quería el mundo.
Y yo nunca sería suficiente.
Así que hice lo único que ella jamás esperaría.
La dejé ir… para que cumpliera su sueño. Pero aún me faltaba hablar con Alice.
—¿Papá? —preguntó con voz bajita. —¿Mamá no va a volver, verdad?
—No, mi amor —respondí con ternura. —No va a volver.
—¿Fue mi culpa?
—No, nunca. Mamá no se fue por ti. Ni por mí. Ella tenía un sueño. Y decidió seguirlo. Pero eso no significa que no te ame.
—¿Tú aún amas a mamá?
Sonreí, con los ojos llenos de lágrimas.
—Sí, la amo. Pero te amo más a ti.
Y así, empezamos una nueva vida. Solo nosotros dos.
Sin Laurel.
Pero con amor de sobra.