Historias

Mi esposo no me guardó la cena mientras alimentaba a nuestro recién nacido.


Después de cuidar todo el día a nuestro bebé, me sentía agotada. Como siempre, pensé que mi esposo me ayudaría con la cena, ya que yo estaba amamantando a nuestro hijo. Le dije que regresaría pronto, pero cuando finalmente llegué a la mesa, no quedaba nada.

Intenté mantener la calma, pero estaba frustrada. ¿Cómo pudo comerse todo sin dejarme ni un poco? Después de un día tan difícil cuidando de nuestro hijo, tenía hambre y solo quería comer algo tranquila.

Cuando lo enfrenté, se mostró sorprendido y se disculpó, diciendo que no sabía que yo tenía hambre. En ese momento, más que comida, necesitaba que él fuera considerado, que actuara con iniciativa.

No se trataba de la comida. El problema era sentirme sola mientras cargaba con tantas responsabilidades. Solo quería que me ayudara con pequeños gestos que realmente importan.

Esa noche, después de acostar a nuestro hijo, me senté en el sofá y respiré hondo. En lugar de discutir de nuevo, le escribí una carta sincera explicándole cómo me sentía. Le hablé del peso de las tareas diarias, de la importancia del apoyo emocional y de cómo gestos simples —como guardar un plato de comida— pueden ser grandes muestras de amor.

A la mañana siguiente, me abrazó con lágrimas en los ojos. Dijo que no tenía idea de cómo me sentía y prometió esforzarse más. Desde entonces, empezamos a repartir mejor las tareas y, por primera vez en semanas, me sentí verdaderamente acompañada.

A veces no se necesita un gran gesto —basta con empatía, diálogo y el deseo de mejorar juntos.


Artigos relacionados