Historias

La Vieja Quejumbrosa

Una víbora del desierto estaba escondida entre la leña que la anciana cargaba a sus espaldas y le mordió el hombro. Furiosa, la anciana tiró la leña al suelo y gritó: “¿¡Qué vida tan miserable es esta la mía!? ¡Si ando, tropiezo! ¡Si me acuesto, me duele la espalda! ¡Si cargo leña, un bicho me muerde! ¡Oh, Dios! ¿Acaso no ves mi sufrimiento?” En la aridez del desierto, esa anciana vivía sola y todo lo que hacía le salía mal. Y su vida era quejarse de Dios.

Un día, un ángel llamó a la puerta de la sencilla casita de la anciana. Desde dentro, ella gritó con rencor: “¡Vete!” Pero el ángel insistió y volvió a llamar. La anciana saltó del suelo y abrió la puerta con fuerza y rabia, y la puerta le lastimó el dedo gordo del pie. “¡Desgracia!”, gritó ella. Pero al darse cuenta de que era un ángel, su semblante cambió: “Mi Señor… ¿qué hace un ángel de Dios en un desierto como este?”

El ángel respondió: “He notado que la señora se queja mucho. ¿Quiere que hable con Dios sobre usted?” La anciana entonces dijo: “Por favor… pregúntale hasta cuándo durará mi sufrimiento. No aguanto más esta vida miserable.”

Así lo hizo el ángel. Siguió su viaje y, al llegar ante Dios, le contó la lamentable —y hasta patética— situación que vivía la anciana. Luego preguntó: “Señor, ¿hasta cuándo durará el sufrimiento de la anciana?” Dios respondió: “Esa anciana sufrirá hasta la muerte. Está escrito en el Libro de la Vida.”

El ángel cuestionó: “Pero… si le llevo esta noticia, ella se desanimará aún más. Quizás incluso se suicide. ¿No hay nada que pueda sugerir para mejorar su vida?”

Entonces Dios dijo: “Sugiera que ore todos los días, diciendo: ‘Gracias, Dios, por todo’.”

El ángel regresó y le dijo a la anciana: “Dios mandó decir que la señora debe orar todos los días —por la mañana, al mediodía y por la tarde— diciendo solo: ‘Gracias, Dios, por todo’.”

El ángel se fue. Y siete días después, regresó… y notó algo diferente. Un pequeño río había nacido en medio del desierto. Algunas plantas comenzaban a dar frutos. Y la anciana, con una enorme sonrisa en el rostro, cantaba alegremente mientras recogía los frutos.

Sorprendido, el ángel volvió a Dios y preguntó: “Señor… ¿qué le pasó a la anciana del desierto? Dijiste que sufriría hasta la muerte…” Y Dios respondió: “De hecho, estaba escrito. Pero ella comenzó a agradecer. Si tropezaba, decía: ‘Gracias, Dios, por todo.’ Si se caía, decía: ‘Gracias, Dios, por todo.’ Y poco a poco, inyectó gratitud en su corazón. Este remedio que tomó es infinitamente más poderoso que cualquier Rivotril que el Hombre haya inventado. En solo siete días de uso, cambió su destino.”

Tú que escuchaste esta historia, deseo que Dios bendiga tu vida. Pero haz tu parte. Di: “Gracias, Dios, por todo.” Repite esto siempre. Siempre. Siempre. Y tu vida se transformará en pocos días. Experimenta esta corta y poderosa oración. Y no olvides compartirla con más personas —para que el mundo se convierta en un lugar mejor.

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