Historias

La Niña del Vestido Amarillo

Cuando una niña con un vestido amarillo entró sola en el edificio de una multinacional y anunció:
“Vine a la entrevista en lugar de mi mamá”, nadie imaginó lo que estaba a punto de suceder.

La recepcionista parpadeó, creyendo que había visto mal. Frente a ella estaba una niña de unos siete u ocho años, con el cabello recogido con un lazo sencillo, un vestido amarillo impecable y… un maletín marrón en la mano.
No parecía perdida.
Al contrario: caminó hasta el mostrador con la seguridad de quien sabe exactamente dónde está.

Buenos días. Vine a la entrevista de mi mamá. Ella no pudo venir… así que vine en su lugar.

La recepcionista se quedó helada.
En aquel edificio todo era cristal, mármol, trajes, tacones, gafetes. No había lugar para niños.

— ¿Cómo te llamas, cariño?

Sofía Martins. Mi mamá es Laura Martins. Ella tenía una entrevista a las nueve para el puesto de analista contable.

El reloj marcaba 8:58 a.m.

El maletín que Sofía llevaba no tenía nada de infantil: estaba lleno de documentos organizados, currículos, certificados… y una carta escrita a mano.

Antes de que la recepcionista pudiera decir algo más, un hombre con un traje impecable se acercó.
Era Eduardo Vasques, director financiero y responsable de la entrevista.

Escuchó el final de la conversación y se detuvo, intrigado.

— ¿Puedo ver el maletín, Sofía?

Ella lo abrió. Eduardo revisó los documentos hasta encontrar la carta. La caligrafía temblorosa cambió de inmediato su expresión.

La escribió ayer —susurró Sofía—. Dijo que… si algo salía mal, yo debía entregarla.

Eduardo se agachó para quedar a la altura de la niña.

— Sofía… ¿dónde está tu mamá ahora?

La niña se mordió el labio, haciendo fuerza para no llorar.

En el hospital. Pero no porque esté enferma… Fue una emergencia. Yo… yo vine sola. Tomé dos autobuses.

La recepcionista llevó una mano a la boca, impactada.

Tras unos segundos de silencio, Eduardo dijo:

— Ven conmigo, Sofía. Vamos a hablar con calma.

Entraron al ascensor. Los empleados se detenían a mirar la escena inusual: una niña seria, aferrando el maletín de su madre, caminando junto a uno de los ejecutivos más importantes de la empresa.

Cuando las puertas se cerraron, el celular de Eduardo vibró.
Miró la pantalla… y palideció.

No… esto no puede estar pasando.

Sofía levantó el rostro.

— ¿Es sobre mi mamá?

Eduardo respiró hondo antes de responder.


DESARROLLO Y FINAL

— Sofía… —dijo con cuidado— acabo de recibir un mensaje del hospital. Tu mamá tuvo un accidente camino a la entrevista. Está estable, pero necesita cirugía. Ella pidió que avisaran a la empresa porque estaba muy preocupada por perder esta oportunidad.

Los ojos de Sofía se llenaron de lágrimas.

— Ella… ella necesita mucho este trabajo. Yo solo quería ayudar…

Eduardo puso una mano en su hombro.

— Y lo hiciste, Sofía. Más de lo que te imaginas.

La llevó a su oficina. Pidió agua, llamó a una asistente y él mismo telefoneó al hospital para confirmar el estado de Laura. Luego abrió nuevamente el maletín.

Revisó cada certificado, cada curso nocturno, cada papel guardado con esmero. Cada documento contaba años de esfuerzo silencioso.
Y la carta.

Eduardo la leyó en silencio.
Era corta. Temblorosa.
Laura escribía que soñaba con esa oportunidad, pero que su mayor preocupación era Sofía y lo que sería de ella si algo salía mal. Pedía disculpas por cualquier inconveniente y agradecía la oportunidad, incluso si no lograba llegar.

Cuando terminó, Eduardo se secó discretamente los ojos.

— Sofía —dijo con suavidad—, tu mamá ya consiguió el puesto.

La niña parpadeó, sorprendida.

— ¿Aunque no hizo la entrevista?

— La hizo. Tú fuiste la mejor presentación que ella podría haber tenido. Y ninguna prueba dice más que el amor y el esfuerzo que alguien dedica a su familia.

Sofía sonrió por primera vez en el día.

Eduardo se levantó.

— Ahora vamos a ver a tu mamá. La empresa va a ayudar con todo lo que ella necesite hasta que se recupere: transporte, apoyo, todo.

La niña lo abrazó con fuerza.

Durante el trayecto al hospital, con el maletín marrón sobre las piernas, Sofía finalmente parecía tranquila.

Laura despertó horas después de la cirugía. Al ver a Sofía y a Eduardo junto a la cama, lloró —de susto, de alivio y de gratitud.

Cuando supo que había sido contratada, se cubrió el rostro con las manos.

— Pero… ¿por qué?

Eduardo sonrió.

— Porque las habilidades se pueden aprender. El carácter, no. Y tu hija acaba de mostrarle al mundo quién eres.

Y así, en un día que tenía todo para salir mal, una niña del vestido amarillo transformó un momento de desesperación en la puerta hacia una nueva vida.

Fin.

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