La hija de mi prometido interrumpió nuestra boda gritando: “¡Papá, no te cases con ella! ¡Tú ya estás casado!”

Jamás imaginé que a los treinta años me convertiría en madrastra. Pero Mia, la hija de cuatro años de mi prometido Jonathan, conquistó mi corazón desde el primer momento. Era una niña adorable: curiosa, energética y muy dulce.
A los pocos minutos de conocernos, ya me mostraba sus juguetes, hacía preguntas sin parar y sonreía como si fuésemos amigas desde siempre. Esa noche, cuando Mia se durmió en los brazos de Jonathan, él me susurró:
“Le gustas.”
“Y ella me gusta a mí,” le respondí con una sonrisa cálida.
Cuando Jonathan me propuso matrimonio un año después, Mia saltó de alegría. “¡Vas a ser mi mamá!”, gritó emocionada. Yo realmente creía que estábamos formando la familia con la que siempre soñé.
El día de nuestra boda, todo parecía perfecto. Mia, con su pequeño vestido de dama de honor, parecía una princesa, y todo el lugar rebosaba de amor y emoción.
Hasta que, en medio de la ceremonia, el oficiante preguntó:
“Si alguien se opone a esta unión, que hable ahora o calle para siempre.”
El silencio reinaba en la sala, hasta que una vocecita se escuchó clara:
“¡Papá, no te cases con ella!”
Todos se volvieron sorprendidos. Yo miré a Mia, desconcertada. Ella se levantó de su asiento, miró a su padre y dijo:
“¡Tú ya tienes esposa!”
Y señaló hacia la ventana.
“¡Está afuera!”
Los invitados comenzaron a murmurar. Jonathan frunció el ceño, confundido, y se acercó a la ventana. Afuera, una mujer nos saludaba con una gran sonrisa.
Mi corazón latía con fuerza. ¿Quién era esa mujer? ¿Podía ser cierto lo que decía Mia?
Jonathan salió, y a través del cristal vi cómo su expresión tensa se transformaba en una sonrisa de sorpresa. Unos minutos después, regresó acompañado de… Dani, la ex niñera de Mia.
“¿Dani?”, pregunté, sin poder ocultar mi sorpresa.
Ella alzó un osito rosa y sonrió.
“Esta es la señora Puszek,” explicó Jonathan, riendo. “Cuando Mia tenía tres años, se ‘casó’ conmigo con este osito en una ceremonia de juego. ¡Lo había olvidado por completo!”
Mia aplaudió emocionada.
“¡Ella es tu esposa, papá! ¡No puedes casarte con Abi si ya estás casado con la señora Puszek!”
Toda la sala estalló en risas. Dani añadió entre carcajadas:
“Mia había visto videos graciosos y quería hacer una ‘sorpresa de boda’. No pude decirle que no.”
La tensión desapareció. Las carcajadas llenaron la sala y los invitados se secaban las lágrimas de tanto reír.
Me acerqué a Mia.
“¿Sabes cuánto me asustaste?”
Ella sonrió de oreja a oreja.
“¡Fue divertido, Abi!”
Jonathan la levantó riendo.
“Señorita, vas a tener que explicarme esto bien.”
“No estás enojado, ¿verdad?”
“¿Cómo podría estarlo?”
Dani, aún divertida, dijo:
“La señora Puszek merecía una gran entrada triunfal.”
El oficiante carraspeó y sonrió:
“¿Podemos continuar ahora que el asunto de la primera esposa está resuelto?”
Jonathan me tomó la mano con ternura.
“¿Falta algo?”
Sonreí y volví a sentir paz.
“Pregúntamelo después de la ceremonia.”
La boda continuó, y aunque no fue como la imaginé, fue sin duda inolvidable.
Más tarde, mientras bailábamos, le susurré a Jonathan:
“¿Sabes? Creo que fue mejor de lo que planeé.”
Él sonrió con complicidad:
“La vida con Mia siempre será algo impredecible.”
“Y muy divertida,” respondí, mientras miraba a Mia girar feliz junto a Dani—con la señora Puszek aún en sus brazos.