Historias de Miedo…

La puerta de la casa oscura se abrió con un chirrido. Giovanni, un hombre gordo, entró arrastrando a Isabella, una mujer frágil, vestida con ropa corta y el labial corrido. Sin ningún cuidado, la arrojó sobre la cama.
— ¿Y bien? —dijo Giovanni, cerrando la puerta detrás de sí—. Cuéntame una historia.
Isabella lo miró, aún confundida, y soltó una risa.
— ¿En serio? ¿Me trajiste hasta aquí solo para escuchar una historia? Sabes lo que soy, ¿verdad?
— Lo sé —respondió él con frialdad.
Ella cruzó los brazos, observándolo.

— Dame un cigarro.
Giovanni fue hasta el cajón, sacó una caja de cigarrillos y encendió uno para ella. La llama del encendedor titilaba entre los dos. Isabella dio una calada larga y soltó el humo al aire, dibujando formas invisibles.
— ¿Y si no cuento nada? —preguntó con una sonrisa desafiante.
Giovanni caminó hacia el armario y abrió la puerta.
Cráneos rodaron hacia afuera, cayendo al suelo con un sonido seco.
La sangre de Isabella se heló.
— Qué mierda… ¿Eres un asesino?
Él se arrodilló tranquilamente, recogió los cráneos uno por uno y los volvió a guardar en el armario. Luego, cerró con llave.
— Sí. No duermo bien. Cada noche traigo a una prostituta. Si no me hace reír con una buena historia… la mato.
Isabella tragó saliva. El cigarro se consumía hasta el filtro entre sus dedos.
— Entendido —dijo, intentando parecer tranquila, aunque sus dedos temblaban—. Entonces tiene que ser una buena historia, ¿no?
Giovanni se sentó en el suelo, sonriendo como quien espera un gran espectáculo.
Isabella se encogió de hombros y comenzó:
— Te voy a contar la historia de Wilby, el niño que no podía ser llamado por su nombre.
Giovanni abrió los ojos, curioso.
— ¿Ah, sí? ¿Y por qué?
— Wilby nació en una familia riquísima. Nunca necesitó salir de casa. Los profesores iban a la mansión, pero había una regla extraña: nadie podía llamarlo por su nombre. Ni empleados, ni profesores. Nadie.
— Qué raro… ¿Por qué? —preguntó Giovanni, intrigado.
— Un día contrataron a una nueva profesora de piano, la señora Williams. Era simpática, divertida, y pronto se encariñó con Wilby. Pero no entendía esa prohibición tan absurda.
— ¿Y qué hizo?
— Le preguntó, claro. Wilby siempre bajaba la cabeza, triste. Hasta que, un día, la llevó al sótano para mostrarle la verdad.
Giovanni se inclinó hacia adelante, intrigado.
— ¿Qué había ahí?
— Cuerpos. Apilados. Todos vestidos como empleados.
— No… ¡No puede ser!
— “Esos son los cuerpos de las empleadas que me llamaron por mi nombre,” dijo Wilby. “Mis padres las mataron.”
Giovanni estaba hipnotizado.
— ¿Y la profesora?
— Se horrorizó. Quería denunciar a los padres. Pero para hacerlo, necesitaba saber su nombre.
— ¿Y entonces?
— Le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”
— ¿Y él?
— “Wilby,” —respondió.
Giovanni quedó en silencio, procesando la información.
— ¿Y después?
— La profesora sonrió y dijo: “Qué lindo nombre, Wilby. Quédate aquí. Voy a llamar a la policía.”
Giovanni estaba completamente cautivado.
— ¿Y qué pasó?
— Cuando tomó el teléfono, apareció una mancha roja en su mano. Le picaba. Algo se movía debajo de su piel. Eran hormigas. Caminando bajo su piel.
— No… ¡Eso es una locura!
— Ella gritó. Y Wilby, sonriendo, dijo: “¡Genial, ¿verdad?! ¡Hormigas dentro de ti!” Y entonces… las hormigas comenzaron a salir por su boca.
Giovanni rió, horrorizado y fascinado a la vez.
— ¿Y sus padres?
— Llegaron, vieron lo que había hecho y gritaron: “¡Vete a tu cuarto! ¡Mataste a otra persona, monstruo!”
— ¿Y el niño?
— Respondió: “No fue mi culpa… Ella quiso decir mi nombre.”
Giovanni volvió a reír.
— Entonces es eso… ¿El niño mata a quien dice su nombre?
— Exacto. Cada vez que alguien pronunciaba su nombre, el poder se activaba. Y el castigo siempre estaba ligado a los deseos más sádicos de él.
— ¡Muy buena! ¡Cuéntame otra! ¡Quiero más!
Isabella se levantó, con una sonrisa discreta.
— Podría contarte más… pero ahora tengo que irme.
— ¡No vas a ir a ninguna parte! —gritó Giovanni, bloqueando la puerta.
Isabella, con agilidad, saltó por la ventana. El vidrio estalló. Cayó… siete pisos abajo.
Giovanni corrió hacia la ventana, pero no había nadie allí. Un escalofrío recorrió su espalda. Se persignó y murmuró:
— ¿Quién… era esa mujer?
Mientras la noche se adueñaba de la ciudad sucia y silenciosa, Giovanni permaneció allí, mirando la oscuridad, con la sensación de haber escapado de algo terrível — pero con la certeza de que el misterio aún no había terminado.
Fin.