Historias

«¡No me he olvidado!»


– ¡Abuela, imagínate! ¡Hoy en la playa encontramos un anillo de oro! ¡En la arena! ¡Papá metió la mano sin querer en la arena y sacó un anillo!

– ¿De verdad?!

– ¡Sí, abuela! ¿No me crees?

– Claro que te creo, querida.

– ¡Y papá se lo dio enseguida a mamá! ¡Tenía hasta una etiqueta!

– ¿¡Una etiqueta!?

– ¡Sí! Papá explicó que probablemente el anillo se cayó del escaparate de una joyería y terminó en la arena por accidente.

– ¿¡En la arena!?

– ¡Sí, abuela! Nos dijo a mamá y a mí que no era de un naufragio ni algo robado.

– Bueno, si lo dice tu papá…

– ¡Sí, abuela! Y dijo que por aquí hay muchos anillos así. Lucho y yo llevamos una semana entera cavando en la arena buscando uno más pequeño.

– ¿Y ya se le quitó la tos a Lucho?

– Claro, ¿cómo va a toser con tanta actividad? ¿Y Paco cómo está?

– Igual que siempre. ¿Qué están comiendo?

– Abuela, no cambies de tema. ¡Enséñamelo!

La abuela giró la cámara del teléfono hacia el perro. Paco estaba echado al lado, escuchando atentamente la conversación.

– Mira. Saluda, Paco.

– Abuela, ¿por qué está tan triste?

– Está bien, querida.

– ¡No! ¡Yo sé cómo es él normalmente! ¡Paco! ¿Qué te pasa?

Paco creyó reconocer una voz familiar y movió la cola.

– Bueno, querida, tengo que prepararme para ir al campo. ¿Cuánto tiempo más se van a quedar?

– Mamá quiere quedarse dos semanas más.

– ¿¡Dos semanas más?! – la abuela miró a Paco.

– Sí. ¡Estamos muy bien aquí! Ojalá encontráramos otro anillo… Paco, ¿quieres uno para tu collar?

– Adiós, querida.


– ¡Mamá, hola! ¿Lidia dijo que era urgente?

– Sí. ¿Cuándo van a volver?

– No sé. Estamos muy bien aquí. Tal vez un par de semanas más. ¿Qué pasa?

– ¡Nada! ¡Es que Paco no quiere comer nada!

– ¿Cómo que no come?

– Pues eso. Desde que se fueron, solo duerme y mira por la ventana. Y cuando escucha un ruido en el pasillo, corre a la puerta y ladra.

– ¿Están seguros de que le están dando el mismo pienso?

– No, claro, le damos papas crudas… ¡Por supuesto que es el mismo pienso!

– Vaya…

– Ya lo ves. Está muy delgado, ¿sabes?

– ¿A ver? ¡Enséñamelo!

La abuela apuntó la cámara hacia Paco, que dormía.

– Aquí lo tienes. Piel y huesos.

– ¿No sería bueno llevarlo al veterinario?

– ¿Veterinario? ¿Estás loca? ¡Los extraña! ¡Llevan un mes fuera! Nunca lo habían dejado tanto tiempo solo.

– Mamá, hagamos esto: voy a agendar una cita. Por favor, llévalo.

– Está bien.


– Mamá, hola. ¿Cómo les fue?

– Oh… Hola. Fuimos. Mordió al veterinario cuando intentó pesarlo. No pude sujetarlo y tuvimos que ponerle bozal para hacerle la ecografía.

– Vaya…

– Ya ves. Se acurrucó en una esquina y gruñía. No sé de dónde saca fuerzas.

– ¿Y qué dijo el veterinario?

– Que hay que hacerle un análisis de sangre. Físicamente está bien. Probablemente es estrés.

– ¿Estrés? ¿Por qué?

– ¿Por qué? ¡Tú dirás!

– Mamá, no grites. Nosotros también estamos preocupados.

– Bueno, hagan lo que quieran…


– Mamá, hola. ¿Por qué me llamas tan tarde?

– Me parece que apenas respira.

– ¿¡Cómo!? Nuestro vuelo sale por la mañana. Mamá, tranquilízate. No llores.

– Lleva días sin comer. Antes al menos comía un poquito…

Uno de los niños preguntó desde atrás:

– Abuela, ¿por qué lloras?

– Querida, Paco está muy mal.

– Pero papá dijo… ¡Si mañana llegamos!

– Me temo que podría ser…

De repente, la cara de una niña apareció en la pantalla.

– ¡No! Abuela, acércale el teléfono y pon el altavoz.

– Querida, él…

– ¡Acércalo!

La abuela acercó el teléfono al perro dormido.

– ¡Paco, me oyes? ¡Mañana llegamos! ¡Sé que estás enfadado con nosotros! ¡Piensas que te olvidamos! ¡Paco, escúchame!

El perro levantó la cabeza. Estaba escuchando con atención.

– Yo también me enfado, pero luego lo olvido. ¿Para qué sirve vivir toda la vida triste y enojado? Entiende, Paco, tú eres un López. Y los López, cuando las cosas se ponen difíciles y dan miedo… no se rinden. Paco López, ¿de verdad crees que me olvidé de cuando enfrentaste a ese rottweiler tonto que vino hacia mí?

¡Eras la mitad de su tamaño, pero me defendiste! Y te dieron una buena.
¿Y tú crees que después de eso te iba a olvidar?

El perro movió la cola, débilmente.

– Paco López, te pido que vayas a la cocina y te comas esas bolitas marrones. ¡Ve a la cocina!

El perro se levantó lentamente, caminó hasta la cocina y comió su pienso del cuenco.


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