Ella llegó al sertón para casarse con un hacendado

— pero su hermano gemelo también la esperaba. Y lo que escuchó aquella tarde cambiaría su vida para siempre…
El sol se despedía detrás de las colinas polvorientas cuando Eleanor Whitmore bajó del carruaje, sosteniendo una pequeña maleta de cuero — lo poco que quedaba de su antigua vida.
El anuncio prometía un matrimonio honesto con un hacendado de buena reputación.
Pero nadie le había dicho que aquel hombre venía por partida doble.
Frente al rancho, esperaban dos hombres idénticos — altos, de hombros anchos y ojos grises, con una mezcla de fuerza, misterio y una calma difícil de descifrar.
Uno de ellos se quitó el sombrero y habló con voz firme:
— “Señorita Whitmore, soy Jacob Stone. Este es mi hermano, Nathaniel. Somos dueños del Rancho S, a unos kilómetros de aquí.”
Eleanor parpadeó, confundida.
— “El anuncio decía… un hacendado.”
Los dos intercambiaron una mirada silenciosa, cargada de algo que ella no supo entender.
El segundo, más serio, respondió:
— “Y eso fue lo que obtuvo. Un rancho, un matrimonio. Aquí, todo se comparte.”
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas como el polvo del camino.
El corazón de Eleanor empezó a latir con fuerza.
Nada en el anuncio mencionaba un hermano gemelo, ni un acuerdo extraño escondido tras la promesa de una nueva vida.
— “Necesito tiempo para pensar,” murmuró, con la voz temblorosa.
Jacob asintió con serenidad.
— “El hotel del pueblo no es seguro para una mujer sola. Puede venir con nosotros.
Si decide irse, nosotros mismos pagaremos su pasaje de regreso.”
Nathaniel la observaba en silencio, su mirada tan firme como un muro.
— “Pero el rancho exige coraje. Aquí, la confianza lo es todo.”
Eleanor miró su pequeña bolsa de mano.
Tenía siete dólares, apenas lo suficiente para dos noches bajo techo.
Suspiró profundamente, sintiendo el viento caliente del sertón acariciarle el rostro.
— “Iré con ustedes. Por un mes. Luego decidiré.”
Los hermanos se miraron, un instante breve cargado de respeto y desafío.
El carruaje volvió a moverse, levantando una nube de polvo rojo mientras se alejaban hacia el Rancho S Triple, donde el viento parecía susurrar secretos y el destino los observaba en silencio.
En el rancho
Cuando la carreta se acercó a la entrada, los peones levantaron la vista.
El murmullo que se extendió entre ellos dejó claro que todos ya sabían quién era ella… y quizás también lo que estaba por descubrir.
Jacob bajó primero y le ofreció la mano.
— “Cuidado con el escalón, señorita.”
Su tono era amable, pero medido, como si pesara cada palabra.
Nathaniel permaneció inmóvil, observándola con una calma inquietante.
El sol se escondía tras los cerros, tiñendo el cielo de rojo y dorado.
El calor del día se desvanecía en una brisa seca que olía a heno y tierra.
Eleanor sintió un escalofrío.
No de miedo — sino de presentimiento.
Algo en aquel lugar parecía vivo, observándola, poniéndola a prueba.
Jacob caminó a su lado hasta la galería de madera.
— “La casa es sencilla, pero acogedora. Se acostumbrará pronto.”
Nathaniel cruzó los brazos.
— “Mientras sepa seguir las reglas.”
Eleanor alzó el mentón, decidida.
— “Aprendo rápido.”
El silencio que siguió fue roto solo por el silbido del viento entre las cercas.
Y en ese instante, mientras el último rayo de sol desaparecía detrás del horizonte, ella entendió:
ese matrimonio no sería solo un acuerdo.
Sería una elección entre dos destinos —
y uno de ellos podría costarle el corazón.



