Historias

El teléfono roto: la misión inesperada de Alan para salvar a una niña desesperada.

Era una mañana común para Alan, un hombre de 30 años. Como todos los días, salió de casa rumbo a la panadería para comprar unos panecillos frescos para su madre, a quien cuidaba desde hacía años debido a problemas de salud.

Alan era un hombre responsable, un programador que pasaba la mayor parte de su tiempo frente a la computadora, pero siempre encontraba un momento para cuidar de su madre. Aquella mañana, mientras caminaba por la acera de su barrio, algo llamó su atención.

Al costado de la calle, entre la basura, había un teléfono móvil completamente destrozado. Parecía haber sido atropellado por un coche. No parecía tener valor alguno, pero Alan, amante de la tecnología, no pudo resistirse a revisarlo.

Pensó que tal vez podría repararlo o al menos explorar su contenido. Así que lo recogió con cuidado y lo guardó en el bolsillo sin pensarlo mucho.

Después de comprar el pan y regresar a casa, Alan se sentó a desayunar mientras su madre descansaba en el sofá. Sacó el teléfono roto del bolsillo y lo examinó más de cerca. Luego de unos segundos, decidió que era un buen momento para investigar un poco.

Sacó la tarjeta SIM del teléfono dañado y la colocó en el suyo. Al encenderlo, apareció una única notificación en la pantalla: “Llamada reciente: Hija.”

Movido por la curiosidad, Alan marcó el único número guardado en la memoria: “Hija.”

Lo que escuchó al otro lado de la línea lo dejó sin palabras.

— ¿Mamá? —dijo la voz de una niña, llena de esperanza—. ¿Eres tú?

Alan se quedó helado. No sabía qué decir ni cómo reaccionar.
— No… no soy tu mamá —respondió, confundido—. ¿Quién habla?

La voz al otro lado se tornó triste, pero respondió rápidamente:
— ¿Dónde está mi mamá?

Alan no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Por qué una niña tan pequeña estaría sola y tan desesperada?
— No lo sé. Encontré este teléfono roto en la calle, puse la tarjeta SIM y llamé. ¿Quién eres tú?

La niña, cada vez más angustiada, respondió:
— Mi mamá fue a la tienda ayer… y no volvió.

Alan sintió un nudo en el pecho. ¿Cómo podía una niña estar sola por tanto tiempo?
— ¿Cómo te llamas? ¿Dónde está tu papá, o tu abuela? —preguntó con tono más suave.

— Me llamo Julie. No tengo papá ni abuela. Solo tengo a mi mamá.

Cada palabra de Julie era como un golpe al corazón. Alan estaba desconcertado, pero una necesidad urgente de ayudar comenzó a apoderarse de él.

— Julie, ¿sabes dónde vives?

— En la Calle Independencia, edificio 7, departamento 18.

El corazón de Alan se aceleró. Esa dirección le sonaba familiar, pero no recordaba por qué.
— ¿Estás bien? ¿Hay alguien contigo?

La respuesta fue devastadora:
— Estoy sola. Mis piernas no funcionan, no puedo moverme.

Alan se quedó en silencio, impactado.
— ¿Qué quieres decir con que tus piernas no funcionan? ¿Cómo te mueves?

— Uso una silla de ruedas, pero no hay nadie que me ayude —respondió Julie, con la voz quebrada por la tristeza.

El instinto protector de Alan se activó de inmediato.
— Julie, escúchame con atención. Voy a ir a buscarte, ¿de acuerdo?

Tomó las llaves y salió corriendo. Nunca conducir por la ciudad había sido tan urgente. No sabía exactamente con qué se encontraría, pero tenía claro que no podía dejar a esa niña sola. No podía permitir que le pasara nada.

Cuando llegó al edificio, subió las escaleras con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso se sentía como una carrera contra el tiempo. Al llegar al departamento 18, tocó la puerta con fuerza, esperando que Julie estuviera bien.

La puerta se abrió lentamente, y allí estaba ella: una niña pequeña, delgada, con el rostro pálido y triste. Estaba sentada en una silla de ruedas, con los ojos grandes llenos de angustia, como si hubiese estado esperando ayuda por mucho tiempo. Alan sintió un nudo en la garganta.

— ¿Vas a encontrar a mi mamá? —preguntó Julie con voz suave, mientras una lágrima caía por su mejilla.

Alan la miró a los ojos, conmovido.
— Voy a intentarlo, Julie. No te preocupes, ahora ya no estás sola.

Al entrar al departamento, se encontró con una habitación vacía, desordenada, sin señales recientes de vida. La tristeza del lugar era palpable. Julie estaba realmente sola, sin nadie que cuidara de ella.

La situación era peor de lo que imaginaba. Algo no encajaba, y una sensación de inquietud empezó a crecer dentro de él.

— Vamos a resolver esto juntas, ¿sí? —dijo Alan, acariciando suavemente su cabello—. Te prometo que vamos a encontrar a tu mamá.

Julie lo miró con una mezcla de miedo y esperanza. Alan sabía que no había tiempo que perder. Esa niña lo necesitaba. Y algo dentro de él le decía que esa búsqueda lo llevaría a descubrir cosas que jamás imaginó.

Lo que comenzó como una simple curiosidad por un teléfono roto se estaba convirtiendo en una misión que cambiaría su vida para siempre.

Sin decir más, Alan tomó la mano de Julie y la ayudó a salir del departamento. El destino lo había llevado hasta allí, y ahora, con el corazón lleno de determinación, haría todo lo posible por encontrar a la madre de esa niña.

Y mientras caminaban por el pasillo, Alan no podía dejar de preguntarse qué secretos oscuros se escondían detrás de la vida de Julie… y si algún día lograría descubrirlos.

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