Historias

El Teléfono Escondido

“¡Deja de hacer berrinches! ¡Tu padre va a llegar y verá qué clase de niña eres!”

La voz furiosa resonó desde el segundo piso de la mansión.

Paloma, la nueva empleada doméstica, se quedó inmóvil en la puerta trasera.
Podía escuchar el llanto de una niña — un llanto desesperado, entrecortado, lleno de angustia.

“¡Nadie te aguanta más! ¡Quédate ahí y llora hasta que aprendas!”
Una puerta se cerró de golpe, haciendo eco por toda la casa.

“Dios mío… qué lío”, murmuró Célia, la empleada más antigua, que había recibido a Paloma esa mañana.
“La señora está de mal humor otra vez.”

“¿La señora de la casa?”, preguntó Paloma en voz baja.

La señora Verónica — la madrastra de la niña.”

El llanto volvió a llenar los pasillos, rompiendo el silencio.

“¿Y el padre?”

El señor Augusto — siempre de viaje”, suspiró Célia. “Escucha, querida, este trabajo no va a ser fácil.”

Pero Paloma no lo pensó dos veces.
Subió corriendo las escaleras, siguiendo el sonido de los sollozos.

En el pasillo, una mujer rubia, perfectamente arreglada y vestida con elegancia, salió de una habitación y cerró la puerta con fuerza.

“Debes ser la nueva empleada”, dijo Verónica, alisándose el cabello con una sonrisa forzada.
“Perfecto. Tengo que salir. La niña está haciendo un drama. Está bien, sólo exagera como siempre.”

Sin esperar respuesta, Verónica tomó su bolso y salió de la casa, dejando tras de sí un rastro de perfume caro y un silencio incómodo.


El Encuentro con Camila

Paloma respiró hondo y golpeó suavemente la puerta.
“Hola, amor… ¿puedo entrar?”

El llanto se hizo más tenue.

“Te prometo que no voy a regañarte.”

Abrió la puerta despacio.

Dentro, una niña de unos ocho años, con el cabello castaño y los ojos hinchados de tanto llorar, estaba sentada en el suelo abrazando sus rodillas.

“Hola, preciosa,” dijo Paloma con dulzura. “¿Cómo te llamas?”

La niña dudó.
Camila.

“Camila… qué nombre tan bonito. Yo soy Paloma. ¿Por qué llorabas?”

Camila se tocó el estómago.
“Me duele.”

“¿Tienes hambre?”

La niña asintió.

“¿Cuándo fue la última vez que comiste?”

“No me acuerdo… Verónica se olvidó otra vez.”

Paloma miró el reloj — era la una de la tarde.
No había señales de comida ni olor a desayuno.
Su corazón se encogió.

“¿Cómo puede alguien olvidarse de alimentar a una niña?”, pensó.

“Ven, vamos a buscar algo rico para que comas, ¿sí?”

Camila dudó un instante, pero luego extendió su mano y tomó la de Paloma.


Un Vínculo que Nace

Pasaron tres semanas.
Desde aquel primer día, Paloma se había convertido en la única persona capaz de hacer sonreír a Camila.
La niña comenzó a comer mejor, a dormir tranquila, a reír de nuevo — y su risa devolvía vida a la casa.

Pero una tarde lluviosa, mientras Paloma doblaba ropa en el dormitorio principal, descubrió algo que cambiaría todo.

Al organizar el escritorio del señor Augusto, encontró un teléfono viejo escondido bajo unos documentos.
Junto a él, había un frasco pequeño con pastillas sin etiqueta.

Intrigada y preocupada, encendió el teléfono.
Había muchos mensajes borrados — pero uno seguía ahí.
Y lo que leyó le heló la sangre:

“Ella no recordará nada. Sigue dándole las pastillas cada mañana. Cuando todo termine, la herencia será nuestra.”

Firmado: Verónica.

Paloma se quedó paralizada.
Las pastillas.
El cansancio constante de la niña, los mareos, los dolores de estómago.
Todo cobraba sentido.


La Verdad Sale a la Luz

Esa noche, Paloma esperó a que Augusto regresara de su viaje.
Cuando llegó, lo llamó con urgencia:
“Señor, por favor, tiene que ver esto.”

Le entregó el teléfono y el frasco.

Augusto frunció el ceño, confundido, y comenzó a leer los mensajes.
A medida que avanzaba, su rostro se volvió pálido.
Era su propio teléfono antiguo, desaparecido hacía meses.

“Dios mío… Verónica…” susurró con la voz quebrada.

En ese momento, Célia apareció en la puerta con Camila de la mano.
La niña parecía asustada, pero al ver a su padre, corrió hacia él.

Augusto se arrodilló y la abrazó con fuerza.
“Perdóname, mi amor… no lo sabía.”

Días después, Verónica fue arrestada — su plan había quedado al descubierto.
Estaba drogando a la niña para mantenerla débil y manipular la herencia familiar.

Paloma permaneció al lado de Camila durante todo el proceso.
Y cuando todo terminó, Augusto hizo algo que nadie esperaba:

Le ofreció un lugar permanente en sus vidas — no sólo como empleada, sino como parte de la familia.

Camila sonrió, la abrazó y susurró:
“Ahora tengo dos personas que me cuidan.”


👉 Moraleja:
A veces, la verdad se esconde en los detalles más pequeños.
Y el amor verdadero no viene del poder ni del dinero,
sino de quienes aman de verdad.

Artigos relacionados