“El Padre Invisible”

Mi hijastra eliminó mi nombre de las invitaciones de boda para poner el de su padre biológico, el hombre que la abandonó cuando apenas era una niña. Por eso, me parece justo que sea él quien pague la boda.
Lo que hizo me dolió en lo más profundo del alma.
— Vi las invitaciones —dije con voz temblorosa.
Ella me respondió con una sonrisa tranquila, como si nada pasara:
— ¿Y? ¿Te gustaron?

— ¿Por qué quitaste mi nombre? —pregunté, con el corazón encogido.
Yuli, mi esposa, intervino rápidamente para justificarla:
— ¿Y qué esperabas? Es su padre quien debe aparecer ahí, no tú.
Mi hijastra me miró fijamente, con frialdad.
— Y una cosa más. Quien me llevará al altar será mi papá, no tú.
Me quedé congelado. Apenas podía hablar.
— Pero Karina… me lo prometiste. ¡Tú me pediste que lo hiciera!
Ambas se dieron la vuelta y se fueron, como siempre, dejándome con la palabra en la boca.
Sentí un vacío enorme. No tenía fuerzas para seguir discutiendo. Me estaban dejando fuera, una vez más. Yo no significaba nada para ellas.
Y aún no había llegado lo peor.
Al día siguiente, me enteré de que no invitaron a mi familia ni a mis amigos. Solo cinco personas de mi entorno. Los gastos de la boda eran altísimos, y tanto mi esposa como mi hijastra solo me buscaban cuando necesitaban más dinero. Ni siquiera recibía un simple “gracias”.
Esa misma noche, organizaron una cena en mi casa. Invitaron a Jorge, el padre biológico, un hombre despreciable que nunca dio un centavo por su hija. Me sentí un extraño en mi propio hogar.
Pero lo que realmente colmó el vaso fue cuando me pidieron que tomara una “foto familiar”.
Y como ya te imaginas… no me incluyeron en la foto. Solo me necesitaban como fotógrafo.
Fue entonces cuando decidí que no sería más el hombre invisible. Me levanté y levanté la copa:
— Quiero brindar por los novios… —mi voz se quebró un poco—. Gracias. Gracias por hacerme entender mi verdadero lugar aquí. Después de tantos años, me doy cuenta de que solo fui un cajero automático para ustedes.
El silencio se apoderó de todos. Yuli me miró con furia:
— ¡Cállate! Este no es el momento. ¡Baja la voz!
Pero yo no pensaba callar. No esta vez.
— ¡Estoy harto de todo esto! Hoy dejo de financiar esta boda. Le cedo ese honor a Jorge, el verdadero padre de la novia. Él seguramente estará encantado de pagarla… ¿verdad?
Jorge, visiblemente incómodo, respondió:
— Conmigo no cuenten. Solo soy un invitado… y no tengo dinero.
Mi hijastra rompió en llanto, desesperada:
— ¡No me puedes hacer esto! ¡Todo ya está planeado! ¡Por favor!
La miré. Recordé cuando era una niña. Recordé los momentos que compartimos, cuánto la amé como a una hija… pero ella ya me había demostrado que nunca fui importante en su vida. No había vuelta atrás.
Respiré profundo y hablé con firmeza:
— Estoy cansado de la ingratitud y la falta de respeto. Nunca fui parte de esta familia. Ahora, todos pueden salir de MI CASA. ¡FUERA!
Subí las escaleras sin mirar atrás, mientras me gritaban e insultaban. Recuerdo claramente esa sensación amarga de dolor, mezclada con una extraña sensación de libertad. Fue triste, pero fue el final.
Saqué de mi vida a personas que amé con todo mi corazón. Lo hice por amor propio, porque no iba a seguir soportando ese maltrato. Fue lo correcto.
No es fácil perder una hija. Yo quería a Karina como si fuera de mi sangre. Cuando pienso en aquella noche, todavía me duele, pero con el tiempo sé que lo superaré.
A pesar de todo, no soy un hombre rencoroso. Siempre desearé su felicidad por encima de todo. Pero como dicen: “A veces hay que olvidar lo que sientes y recordar lo que mereces.”
Muchos dicen que “padre es el que cría, no el que engendra”, y es verdad. Muchos padrastros aman a sus hijastros como si fueran propios, pero a veces ese amor no basta. Te das cuenta de que, pese a todo lo que diste, te ignoran y te apartan por alguien que nunca estuvo. Y lo más doloroso es que nunca te lo dicen. Nunca te lo agradecen.
Entonces, ¿quién vale más? ¿El que te dio la vida o el que estuvo allí cuando todos los demás se fueron?
Si tienes un padrastro o una madrastra que te dio amor y cuidado, no lo olvides. Agradece. Porque aunque no compartan tu sangre, te dieron lo más valioso que tenían: su corazón.