El Divorcio de Harry.

Era una mañana fría y despejada de octubre, el día en que Harry esperaba presentar la nueva aplicación de juegos en la que había trabajado incansablemente durante los últimos seis meses. Nada iba a impedir que Harry consiguiera la promoción que tanto deseaba y el salario de seis cifras, si todo salía bien. Estaba emocionado, pero su mente estaba tan centrada en la presentación que apenas notaba a los demás a su alrededor.
Cuando entró en el comedor, su celular estaba pegado a sus manos. Ni siquiera se dio cuenta de que su esposa, Sara, y sus dos hijos, Cody y Sonny, estaban allí.

“Buenos días, querido”, dijo Sara.
“Buenos días, papá”, dijeron los niños al unísono.
Pero Harry no respondió. Agarró rápidamente una tostada y salió corriendo a su habitación para prepararse.
“Sara, ¿dónde está mi camisa blanca?” gritó desde el cuarto.
“La puse a lavar con la demás ropa blanca.”
“¡Te pedí que la lavarás hace tres días! ¡Sabes que esa es mi camisa de la suerte! ¡¿Cómo puedes olvidarlo?! ¡Hoy es un gran día para mí!” respondió Harry, irritado.
Sara trató de explicarse, pero Harry siguió gritando, acusándola de no hacer nada en casa. “¡Pasas todo el día con tus amigas y no puedes ocuparte de las cosas simples!”
Sara intentó calmar la situación, pero la discusión fue intensa. Sin escuchar más, Harry salió apresurado para su reunión, sin mirar atrás.
Durante la presentación, su celular vibró varias veces, pero ignoró las llamadas, pensando que Sara lo estaba llamando para disculparse, como siempre. Cuando la presentación terminó, Harry recibió felicitaciones de su jefe y salió de la sala sonriendo. Finalmente, su promoción estaba asegurada.
Pero al llegar a casa, algo estaba extraño. Sara no estaba allí. No había llamadas ni mensajes de disculpas. Solo un billete en la mesa de café con una pluma roja: “Quiero el divorcio.”
Esas palabras cortaron a Harry como una cuchilla. Desesperado, llamó a Sara, pero no respondió. Corrió al hospital, donde descubrió que Sara estaba internada tras un pequeño ataque. Pero al verla, Sara no parecía aliviada. Estaba firme y decidida.
“Quiero el divorcio”, dijo, sin vacilar. “Ya no soy la persona que esperas que sea. Pasé mi vida en segundo plano para apoyarte, y ahora es el momento de vivir mi vida.”
Harry trató de explicar, pero Sara no quiso escuchar. Reveló que había abandonado sus ambiciones y sueños para cuidar de la familia, pero él la trataba como si fuera invisible. “No soy una buena esposa porque no me dejas ser quien soy. Ya no aguanto más, Harry.”
Continuó, dejando claro que sus sentimientos estaban demasiado heridos para volver atrás. “Enterré mi vida para apoyar la tuya. Y ahora, estoy cansada de esto.”
Harry, atónito, intentó disculparse, pero Sara ya había decidido. No quería seguir con el matrimonio. Quería continuar su camino, sin Harry a su lado. Le pidió que se quedara con los niños, y él ni siquiera tuvo tiempo de argumentar.
Desorientado, Harry regresó a casa y, en ausencia de Sara, trató de mantener la rutina para los niños. Pidió una pizza, intentando distraerlos, pero el dolor del divorcio pesaba en su corazón. En el fondo, aún esperaba que todo fuera una crisis momentánea.
Pero la realidad se impuso cuando, al hablar por teléfono con su amigo Alex, escuchó las palabras que confirmaron sus dudas. “Las mujeres son impredecibles, amigo. Tal vez haya perdido el control, relájate.” Harry trató de convencerse de que eso fuera cierto. Tal vez todo volviera a la normalidad.
Sin embargo, al despertar al día siguiente, vio a los niños ya listos para la escuela. Lo llamaban para no llegar tarde, pero en el fondo, Harry sabía que lo que estaba pasando con él era más que una simple crisis pasajera.
La verdad, por más difícil que fuera, estaba clara: su matrimonio había terminado y tendría que enfrentar las consecuencias de sus errores. Sara ya había dado el último paso. Ahora, él tendría que seguir adelante.
Harry miró fijamente al abogado de Sara, sintiendo la tensión aumentar en el aire. Sabía que el caso no iba bien, pero se mantenía firme, tratando de controlar la rabia y la desesperación. El tribunal parecía una sala helada, donde cada palabra era un cuchillo afilado, cortando más profundamente de lo que podía soportar.
“Ya no estoy trabajando como antes”, comenzó Harry, intentando mantener la calma. “Pero soy dedicado a lo que hago ahora. Y lo más importante, soy un buen padre. Haré lo que sea necesario para asegurarme de que mis hijos estén bien. Eso es lo que realmente importa.”
El abogado de Sara sonrió de manera cínica, como si intentara encontrar un punto débil. “¿Crees que un trabajo freelance, sin beneficios, sin estabilidad, es suficiente para criar a dos niños?”
“No estoy aquí para que se me juzguen mis decisiones profesionales”, respondió Harry, su voz más firme. “Estoy haciendo lo mejor que puedo. Y mis hijos lo saben. Ellos me tienen, y eso es todo lo que importa.”
El juez, que hasta entonces había estado en silencio, hizo un gesto con la mano. “Sr. Wills, por favor, concéntrese en la cuestión de la custodia. La estabilidad de su situación actual será tomada en cuenta. Lo que importa ahora es la capacidad para cuidar de sus hijos.”
Harry miró a los niños que estaban con su abuela en el banco de atrás, sintiendo una punzada de preocupación. ¿Qué pasaría si perdía esta batalla? Se estaban acostumbrando a la vida sin la presencia de Sara, pero él sabía que las cosas aún no estaban resueltas. No quería perder lo que aún tenía de más valioso.
Cuando el abogado de Sara hizo una última pregunta, Harry dudó antes de responder. “Haré lo que sea necesario para asegurarme de que mis hijos tengan una vida estable, feliz y llena de amor. Tengo defectos, como cualquier persona, pero mi dedicación a ellos nunca cambiará.”
El abogado parecía insatisfecho, pero el juez parecía reflexionar sobre las palabras de Harry. El silencio volvió a llenar la sala mientras todos esperaban la decisión. Harry sabía que esta lucha aún no había terminado, pero en ese momento, se sintió como si finalmente estuviera diciendo la verdad.