Historias

El día de mi boda, mi suegra me entregó una nota: huí por la puerta trasera y desaparecí durante 15 años.


Mis ojos se fijaron en mi suegra, cuyo rostro parecía el de alguien que acababa de ver un fantasma. En su mano temblorosa, un pequeño sobre se agitaba, y sus ojos estaban congelados en una expresión de puro pánico. La música alta en el salón de banquetes de la antigua mansión ahogaba cualquier otro sonido, haciendo que nuestra conversación fuera completamente privada.

Esa soleada mañana de mayo debería haber sido perfecta. La imponente mansión familiar de mi prometido, Sergei, estaba impecable, lista para recibir a los invitados. Los camareros arreglaban con precisión las copas de cristal, y el aire estaba impregnado del perfume de rosas frescas y del aroma de champán fino. Los lujosos retratos, enmarcados en oro, parecían observar todo en silencio desde las paredes.

— Anastasia, ¿has notado que Sergei está actuando de forma extraña hoy? —susurró mi suegra, mirando a su alrededor con inquietud.

Fruncí el ceño. De hecho, Sergei había estado tenso todo el día. Ahora, estaba al otro extremo de la sala, sosteniendo el teléfono contra su oído, con el rostro rígido, como si estuviera ocultando algo.

— Solo nervios antes de la boda —intenté minimizar, ajustándome el velo.

— Mira esto. Ahora mismo —murmuró ella, metiéndome un sobre en las manos antes de desaparecer entre los invitados, recuperando su postura elegante y una ensayada sonrisa social.

Curiosa e inquieta, busqué un rincón más discreto y abrí la nota a toda prisa. Mi corazón se detuvo.

“Sergei y su familia planean deshacerse de ti después de la boda. Eres parte de un esquema. Saben sobre la herencia de tu familia. Corre si quieres vivir.”

Mi primer instinto fue reír. Esto solo podía ser una broma de mal gusto de mi suegra. Pero luego recordé las conversaciones sospechosas de Sergei, que siempre interrumpía cuando yo aparecía. Su repentina frialdad, las miradas furtivas…

Mi mirada cruzó la sala y se encontró con la suya. Sergei había terminado la llamada y ahora me observaba. Había algo diferente en sus ojos: no era el hombre del que me enamoré, sino un extraño calculador.

¡Nastya! —llamó mi amiga emocionada—. ¡Es hora!

¡Ya voy! ¡Solo necesito ir al baño!

Sin dudarlo, giré sobre mis talones y, disimulando mi prisa, caminé hacia el pasillo de servicio. Tan pronto como llegué a la calle, me quité los zapatos y corrí tan rápido como pude, sin mirar atrás.

Ese día, lo dejé todo atrás. Mi pasado, mi vida, incluso mi nombre.

Y durante 15 años, nadie supo adónde fui.

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