El Anciano Iba Solo al Cine Todos los Días Durante Años, Compraba Dos Entradas y Esperaba — Hasta que un Día, Alguien Finalmente se Sentó a su Lado.

A los 70 años, los días de Edward seguían siempre el mismo ritual: se ponía su traje, compraba flores y caminaba hasta el viejo cine de la ciudad. Cada día, sin faltar uno, compraba dos entradas para la función de la mañana. Los empleados bromeaban:
—¿Dos entradas otra vez, señor? ¡Pero siempre viene solo!
Edward solo sonreía, sin dar explicaciones. Él estaba esperando.

Un Amor que Nunca se Fue
Treinta años antes, Edward se había enamorado perdidamente. De esos amores que te roban el aliento. Evelyn, una joven que trabajaba en la taquilla del cine, le robó el corazón desde el primer momento. Su historia fue como un sueño: cenas a la luz de las velas, risas compartidas, conversaciones intensas… y una noche inolvidable.
A la mañana siguiente, ilusionado, Edward le pidió que se encontraran en la primera función del día siguiente. Solo quería verla lo antes posible. Ella sonrió y aceptó.
Pero nunca apareció. Ni ese día. Ni nunca.
Tiempo después, Edward descubrió que Evelyn había sido despedida. Desapareció sin dejar rastro. Sin forma de contactarla. Sin una despedida.
La vida siguió. O eso parecía. Edward se casó, vivió una vida tranquila. Pero cuando perdió a su esposa, el recuerdo de Evelyn volvió con fuerza.
Fue entonces cuando decidió volver a ese mismo cine. Día tras día, comprando dos entradas. Siempre esperando.
El Encuentro Inesperado
Emma trabajaba en el antiguo cine. Para ella, ese lugar era más que un trabajo: era un refugio donde el sonido del proyector podía silenciar el mundo exterior.
Cada lunes, Edward llegaba puntual como un reloj. Siempre impecable con su abrigo gris y el cabello blanco perfectamente peinado. Siempre pedía lo mismo:
—Dos entradas para la primera función, por favor.
Y siempre se sentaba solo.
Sus compañeros hacían bromas:
—¿Dos entradas otra vez? Seguro espera a un amor perdido.
—O quizá está casado con un fantasma —se reía otro.
Pero Emma no se reía. Había algo en Edward que hacía que esas bromas parecieran crueles.
Incluso pensó en preguntarle, pero nunca se atrevió.
Un Salto de Fe
Un lunes, día en que no trabajaba, Emma tuvo una idea.
¿Y si lo sigo?
No era espiar —se decía— era curiosidad. Era casi Navidad, después de todo… época de milagros.
Entró en la sala oscura y vio a Edward ya sentado. Su figura iluminada por el suave resplandor de la pantalla. Se veía perdido en sus pensamientos.
—No estás trabajando hoy —dijo él, al verla.
Emma respiró hondo.
—Pensé que te vendría bien compañía. Te he visto aquí tantas veces…
Edward sonrió, con un dejo de tristeza.
—No se trata de las películas.
—¿Entonces de qué se trata?
Él dudó. Y luego, decidió confiarle su historia:
—Hace años conocí a una mujer que trabajaba aquí. Se llamaba Evelyn. Era hermosa… no de una forma llamativa, sino de esa belleza que se queda contigo. Como una melodía que no puedes olvidar.
Le contó sobre el amor, la cita, la desaparición repentina.
—Después de la muerte de mi esposa, volví. Quería tener una última oportunidad. No sé… tal vez solo esperanza.
—Fue el amor de tu vida —dijo Emma, conmovida.
—Y todavía lo es —respondió Edward.
Emma se armó de valor.
—Te voy a ayudar a encontrarla.
La Verdad Sale a la Luz
Sabían que el único que podía saber algo era Thomas, el padre de Emma y dueño del cine. Pero él era un hombre frío, rígido. No sería fácil.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Thomas al verlos entrar a su oficina.
—Papá, necesito preguntarte por alguien que trabajó aquí hace años. Evelyn.
Thomas se tensó. Luego, suspiró.
—Ese no era su verdadero nombre.
Emma frunció el ceño.
—¿Qué?
—Se hacía llamar Evelyn, pero su verdadero nombre era Margaret.
Edward se quedó helado.
—¿Margaret?
Thomas asintió con amargura.
—Estaba teniendo un romance contigo —dijo, mirando a Edward—. Pensó que yo no lo sabría. Pero lo supe. Y la despedí.
Emma abrió los ojos con sorpresa.
—¿Mamá?
Thomas apretó los dientes.
—Estaba embarazada cuando la despedí. Y ese hijo… eras tú.
Edward se llevó la mano al rostro. Margaret… Evelyn… Emma.
Emma era su hija.
El Reencuentro Final
Fueron juntos a la residencia donde Margaret vivía. Ella estaba sentada junto a una ventana, mirando al jardín.
Edward se acercó, con el corazón latiendo fuerte.
—Evelyn…
Ella giró lentamente. Sus ojos se iluminaron.
—¿Edward?
Él asintió, con lágrimas en los ojos.
—Nunca dejé de esperarte.
Se abrazaron como si el tiempo no hubiera pasado. Como si treinta años se deshicieran en ese instante.
Emma los miraba, conmovida.
Thomas, en silencio detrás de ella, parecía otro hombre. Menos rígido. Más humano.
Emma sonrió.
—No terminemos aquí. Es Navidad. Vamos a tomar chocolate caliente y ver una película navideña… juntos.
Thomas dudó, pero luego asintió.
Y ese día, cuatro vidas se reencontraron. Cerraron un ciclo…
y abrieron otro lleno de esperanza.