Historias

El Albañil Pobre y el Sobre Misterioso: Una Promesa Que Cambiaría Su Vida.


Eugene tenía solo 15 años cuando su padre estaba muriendo, dejándolo completamente solo en el mundo. Su madre los había abandonado años atrás, y ahora, mientras sostenía la mano de su padre en la cama del hospital, los trabajadores sociales ya lo esperaban en el pasillo para llevárselo.

— “Prométeme que serás fuerte,” murmuró su padre débilmente.

— “Prometo ser como tú,” respondió Eugene, apretando la mano de su padre con fuerza.

— “Prométeme una cosa más,” añadió el padre. “Hay un sobre en la mesa. Es para ti. Pero no lo abras hasta dentro de diez años. Exactamente diez años. ¡Prométemelo!”

— “Lo prometo, papá,” susurró Eugene, abrazándolo por última vez.

Desde ese momento, no pasó un solo día sin que Eugene pensara en ese sobre. Pero había hecho dos promesas — y cumplió ambas.

Su vida no fue fácil. Se sentía como si estuviera atrapado en una isla desierta: nadie lo entendía, nadie parecía preocuparse. Enfrentó dificultades, soledad y una pobreza que se aferraba a él como una sombra.

Pasaron diez años.

Aquel día, Eugene fue a su trabajo como ayudante de albañil, con el sobre firmemente apretado en sus manos. Había esperado mucho tiempo por este momento.

Al final de la jornada, se sentó, con el corazón latiendo con fuerza, y abrió cuidadosamente el sobre. Dentro había una nota escrita a mano por su padre.

Cuatro palabras:

“Busca a mi abogado. —Papá”

Eugene la leyó una y otra vez. ¿Eso era todo? ¿Sin explicación? ¿Sin mensaje?
— “Todavía me haces esperar, ¿eh?”, murmuró con una sonrisa triste.

Se puso el abrigo y salió.

El edificio al que llegó era mucho más elegante de lo que esperaba. Se sintió fuera de lugar con su ropa de trabajo polvorienta.

Se acercó a la recepción.

— “Eh… estoy buscando al señor Calloway.”

— “¿Tienes cita?”, preguntó la recepcionista.

— “Creo que sí,” dijo Eugene, mostrándole el papel. “Mi padre me dijo que viniera aquí.”

Los ojos de ella se abrieron ligeramente.

— “Debes ser Eugene.”

Levantó el teléfono.
— “Ya está aquí.”

Pocos minutos después, un hombre mayor apareció en la puerta. Lo observó por un instante y luego sonrió.

— “Te estaba esperando. Entra, hijo. Tenemos mucho de qué hablar.”

Ya sentado en la oficina, Eugene escuchó mientras el abogado explicaba:

— “Tu padre vino a verme antes de morir. Preparó algo muy especial para ti. Una especie de prueba.”

— “¿Qué tipo de prueba?”

El abogado deslizó una carpeta por el escritorio.

— “Dejó una cuenta de ahorros con todo lo que pudo reunir. Con los años, gracias a los intereses, creció bastante.”

Eugene abrió la carpeta. El aire se le atascó en la garganta.

400 mil dólares.

— “¿Esto… es mío?”

Calloway asintió:

— “Con una condición. Tu padre dijo que solo podrías recibir este dinero si trabajabas duro durante diez años. Si te convertías en un hombre que comprendiera su valor.”

— “¿Y si hubiera abierto el sobre antes?”, preguntó Eugene.

El abogado frunció el ceño.

— “No habrías recibido nada.”

Eugene se quedó en silencio. Su padre lo había estado poniendo a prueba. Quería asegurarse de que no tomara el camino fácil.

El abogado sacó otro sobre del cajón y se lo entregó.

— “Aquí hay otra carta de tu padre.”

Eugene la abrió, curioso. El mensaje decía:

“Me has decepcionado. No puedes gastar dinero cuyo valor no conoces.”

— “¿Qué…?”

El abogado sonrió ligeramente.

— “Esa carta no es para ti.”

Sacó otro sobre, esta vez con el nombre de Eugene escrito a mano.

— “Esta sí. Es tu carta.”

Eugene la abrió con cuidado.

“Estoy orgulloso de ti. Ahora sabes el valor de este dinero.”

Eugene exhaló, con el pecho apretado por una mezcla de emociones difíciles de describir. Su padre había muerto hacía una década, pero en ese instante, pudo oír su voz como si estuviera a su lado.

Apretó la carta contra su pecho y sonrió:

— “Gracias, papá.”

Salió de la oficina del abogado. El aire fresco de la tarde le golpeó el rostro. Seguía aferrado a la carta como si soltarla hiciera que todo desapareciera.

Ese dinero era suficiente para cambiar su vida. Podía dejar de trabajar, descansar, vivir con tranquilidad. Pero sabía que no lo haría. Su padre se había asegurado de eso.

Mientras caminaba por la acera, pensaba en el futuro.

Podía abrir su propia empresa de construcción. Contratar a hombres honestos y trabajadores, como los que lo acompañaron durante años. Levantar algo con sus propias manos. Eso es lo que su padre habría querido: que construyera su futuro.

Miró una vez más la carta.

“Estoy orgulloso de ti.”

La dobló con cuidado y la guardó en el bolsillo de su chaqueta. Ese mensaje significaba más que cualquier herencia. Había trabajado, luchado y perseverado durante diez años. Y ahora sabía que aquello no era solo dinero.

Era una lección. Y Eugene se encargaría de honrarla.


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