Cuando volví del trabajo, encontré a mi hija de seis meses sola en casa.

Entré al garaje, pero el alivio habitual de estar de vuelta fue reemplazado por un silencio inquietante.
La casa lucía exactamente igual que todos los días cuando regresaba del trabajo: nada fuera de lugar, nada extraño.
Pero ese día, algo no estaba bien.
Entré llamando: “¿Sarah? ¿Sophie?”
El silencio se prolongó, llenando el ambiente con un peso casi asfixiante.
Caminé por el pasillo, esperando escuchar las risitas de Sophie, a Sarah hablándole o cantándole una canción de cuna… pero no se oía nada.
Solo el tic-tac del reloj.
Me moví rápidamente, pasando por cada habitación —la sala, la cocina, el baño— pero no había rastro de ninguna de las dos.

El pánico comenzó a crecer dentro de mí.
Mi corazón ya latía con fuerza, pero se aceleró aún más cuando me acerqué a la habitación de Sophie.
Abrí la puerta y ahí estaba ella, acostada sola en la cuna.
Sophie.
Mi dulce niña de seis meses.
Por un instante, no pude respirar.
Sola.
Corrí hacia ella y la levanté, estrechándola contra mi pecho.
Ella me miró con esos grandes ojos inocentes y cansados, llenos de confianza, sin tener la menor idea del torbellino de emociones que me sacudía por dentro.
“¿Dónde está mamá, Sophie?” susurré, con la voz temblorosa.
Miré alrededor de la habitación, esperando ver a Sarah sentada en la silla, tal vez dándole de comer o contándole un cuento.
Pero la habitación estaba vacía.
Recorrí el resto de la casa llamándola otra vez, pero seguía sin haber respuesta.
El miedo crecía.
¿Dónde estaba? ¿Por qué dejaría a Sophie sola?
Volví a la sala buscando alguna señal —cualquier indicio— que explicara lo que estaba pasando.
Y entonces lo vi.
Una nota.
Estaba cuidadosamente doblada sobre la mesa de centro, con una caligrafía inconfundible.
La letra de Sarah.
Dudé antes de tomarla, mis dedos temblaban mientras la abría.
Mientras leía las palabras, una oleada de náuseas me invadió.
“Lo siento. Ya no puedo más.
No soy la misma persona de antes, y siento que estoy fallándoles a los dos.
Llevo mucho tiempo luchando, pero no sabía cómo admitirlo.
Necesito espacio para entender qué hacer.
No me voy porque no los ame, sino porque siento que me estoy perdiendo.
No quiero lastimarte ni a ti ni a Sophie.
Necesito encontrar mi camino, sola.”
Leí la nota varias veces, las palabras se volvieron borrosas mientras las lágrimas llenaban mis ojos.
Sarah. Se había ido.
¿Desde cuándo se sentía así?
Nunca dijo nada.
Ninguna señal, ninguna confesión.
Yo creía que estábamos bien.
Claro, habíamos tenido dificultades, como cualquier pareja, pero nada que pareciera imposible de superar.
Jamás imaginé que ocultaba algo tan profundo.
Tragué en seco, con el estómago encogido.
Nos dejó. Dejó a Sophie.
Seguí leyendo:
“Perdón por no haber sido la esposa y madre que ustedes merecían.
Necesito tiempo, y espero que algún día puedas entender.
No sé cuándo regresaré, o si regresaré, pero tengo que hacer esto por mí.
No puedo ser, por ahora, la persona que ustedes necesitan.”
Me senté en el sofá, con Sophie aún en brazos.
El peso de todo parecía insoportable.
Mi mente giraba, tratando de entender, de encontrar alguna explicación lógica a lo que había pasado.
¿Por qué no me habló? ¿Por qué no me pidió ayuda?
Sophie se acurrucó contra mí, sus pequeñas manos intentaban tocar mi rostro, sin saber que su madre acababa de salir de nuestras vidas.
Tiene solo seis meses. No entiende.
Le besé la frente, abrazándola un poco más fuerte, como si pudiera protegerla de esta tormenta que acababa de sacudir nuestra familia.
¿Y ahora?
¿Qué debía hacer?
Intenté controlar la respiración, pero la realidad me golpeaba una y otra vez.
Sarah, mi esposa, la mujer que yo amaba, se fue.
Ni siquiera se despidió.
Simplemente… desapareció.
Puse a Sophie en su corralito. Sus deditos se aferraban a las barras mientras balbuceaba palabras sin sentido en su dulce lenguaje de bebé.
El sonido de su voz, tan inocente, me recordó lo que realmente importaba.
No podía derrumbarme.
Tenía que ser fuerte —por ella.
Pero mientras la miraba, una pregunta me atormentaba: ¿cómo no vi las señales?
¿Estaba tan atrapado en mi rutina, en mi mundo, que no me di cuenta de que Sarah se estaba hundiendo?
¿Estaba tan ciego que no vi el peso que cargaba sola?
Miré la nota una vez más.
Ella no va a volver.
Y ese pensamiento me dolió más que cualquier palabra escrita allí.
Ahora, tenía que hacerlo solo.
Tenía que ser suficiente para Sophie.
No me quedaba otra opción.