“Cuando tu propia hija te expone en redes: vivir con el estigma de ‘madre tóxica’”

Mi hija me llamó “madre tóxica” en las redes sociales. Ahora me da vergüenza salir a la calle…
Siempre fui una mujer estricta, pero justa. Trabajé como maestra en una escuela rural durante treinta años, formando generaciones enteras. En nuestro pueblo, en Castilla, todos me conocían y me respetaban. O al menos lo hacían… hasta que todo se vino abajo.

Mi hija se llama Nuria. Tiene treinta y dos años. Hace tiempo que no hablamos. O mejor dicho, yo intenté mantener el contacto, pero ella se alejó. No entendía por qué… hasta que alguien me dijo que escribía un blog sobre una “infancia tóxica” y una “madre horrible”.
No puedes imaginar lo que sentí al leer sus palabras: “Me controlaban, me lo prohibían todo, crecí con miedo y críticas. Mi madre es una déspota con falda. Nunca me amó.” Después vinieron los comentarios de desconocidos llamándome monstruo, culpándome de arruinar su salud mental, de destruir su vida.
Pero eso no es verdad. Sí, fui exigente —por amor. Jamás le levanté la mano, nunca la humillé. Cuando tenía once años, no le permití dormir fuera de casa —por miedo. Nunca dejé que faltara al colegio y mantuve la disciplina. ¿Eso es un crimen?
Gracias a eso, Nuria terminó el bachillerato con calificaciones excelentes, consiguió una beca para estudiar en la Universidad Complutense de Madrid, y luego trabajó en una multinacional. Solo quería que fuera fuerte, inteligente, independiente. Nunca me metí en su vida sentimental, nunca la presioné para casarse. Solo deseaba su felicidad.
Y ahora… todo lo que hice se convirtió en sinónimo de abuso. En la ciudad, la gente murmura: “¿Tú, que eras maestra, criaste a tu hija así?” Bajo la mirada cuando voy a comprar el pan. Evito los ojos de los demás. No sé qué hice para merecer esta venganza.
¿Cuándo decidió Nuria que yo era su enemiga? ¿En qué momento mis cuidados se volvieron “toxicidad”? Crié a mi hija sola. Su padre murió cuando ella tenía diez años. Trabajé día y noche —en la escuela, en casa, ayudándole con sus deberes. La cuidé cuando enfermaba. Me esforcé para que siempre estuviera limpia, alimentada, segura.
Y ahora… me tratan como a un monstruo.
La llamé. Intenté hablar. Le supliqué que borrara esas publicaciones, que dejara de mentir. Que no me humillara públicamente. Pero solo recibí silencio… o nuevos relatos sobre una “infancia sin amor”.
Hasta que… fue ella quien me llamó. Llorando. Entre sollozos, entendí lo que decía: su esposo, un empresario, la había abandonado. La dejó con tres hijos, sin casa, sin dinero. Se fue con una chica de veintitantos años. “Estoy cansado de ser padre”, le dijo.
—Mamá… perdóname… Por favor… No tengo a dónde ir… Eres lo único que me queda…
Apreté el teléfono. Mi voz temblaba. Recordé sus palabras: “Tú no eres mi madre, eres mi carcelera. Odio todo lo que eres.” Y ahora… “perdóname, recíbeme.”
No supe qué responder. Dentro de mí, dos mujeres peleaban: la madre que sufre por su hija, y la mujer que fue pisoteada.
¿Qué hacer? ¿Perdonar? ¿Recibirla como si nada hubiera pasado? No soy cruel. Amo a mi hija. También amo a mis nietos. Jamás los dejaría en la calle. Pero… ¿puedo simplemente ignorar todo lo que dijo, como si no me hubiera herido profundamente?
No quiero venganza. Pero tampoco puedo fingir que no dolió. ¿Debería exigir una disculpa? ¿Que cuente la verdad en el mismo blog, frente a quienes me juzgaron?
No busco fama. Solo justicia… o al menos paz.
Y tú… ¿perdonarías? ¿O no?