Historias

Celebración Inolvidable: El Regreso del Restaurante.


Carmen regresaba a casa con su esposo, Javier, después de celebrar su cumpleaños en un restaurante. La noche había sido maravillosa: llena de risas, buena comida y compañía. Había muchos invitados —familiares, amigos, compañeros de trabajo— y Carmen conoció a varios por primera vez. Pero si Javier los había invitado, era por alguna razón.

Carmen no era de las que cuestionaban las decisiones de su esposo. Detestaba las discusiones y los enfrentamientos. Para ella, era más fácil estar de acuerdo que intentar demostrar que tenía razón.

—Carmen, ¿tienes las llaves del departamento? ¿Puedes sacarlas?

Ella abrió su bolso para buscarlas. De pronto, sintió un pinchazo agudo en el dedo y, por reflejo, soltó el bolso, que cayó al suelo.

—¿Qué pasa? —preguntó Javier.

—Algo me pinchó.

—Con el caos que llevas en ese bolso, no me sorprende.

Carmen no respondió. Recogió el bolso, sacó las llaves con cuidado, y entraron al departamento. Había olvidado el dolor. Estaba cansada, le dolían los pies, y solo quería ducharse e irse a dormir.

A la mañana siguiente, se despertó con el dedo enrojecido, hinchado y palpitante. Recordó lo sucedido y revisó su bolso a fondo. En el fondo encontró una aguja grande y oxidada.

—¿Qué es esto?

No tenía idea de cómo había llegado allí. La tiró de inmediato. Luego fue por el botiquín y desinfectó la herida. Después de vendarse, se fue a trabajar. Pero para el mediodía, ya tenía fiebre.

Llamó a Javier:

—Javier, no me siento bien. Creo que me contagié de algo anoche. Tengo fiebre, dolor de cabeza, y el cuerpo me duele como si me hubieran golpeado. Y encima encontré una aguja oxidada en mi bolso.

—Eso suena grave. Deberías ir al médico. Podría ser tétanos… o algo peor.

—No te preocupes. Ya me desinfecté. Estaré bien.

Pero cada hora que pasaba se sentía peor. Apenas logró terminar su jornada. Llamó un taxi, ya que no tenía fuerzas para regresar en colectivo. Al llegar a casa, se desplomó en el sofá y se quedó profundamente dormida.

Soñó con su abuela Ana, fallecida cuando ella era niña. No sabía cómo, pero estaba segura de que era ella. A pesar de su apariencia anciana, su presencia era reconfortante: Carmen sentía que venía a ayudarla.

En el sueño, la abuela la llevó por un campo y le mostró hierbas que debía recolectar para preparar una infusión que purificaría su cuerpo de la oscuridad que empezaba a consumirla. Le advirtió que alguien le deseaba el mal —y que para enfrentarlo, debía sobrevivir. El tiempo era limitado.

Carmen se despertó empapada en sudor. Pensó que había dormido horas, pero solo habían pasado unos minutos. Escuchó la puerta: era Javier. Al verla, se alarmó.

—¡Dios mío, Carmen! ¿Qué te pasó? ¡Mírate en el espejo!

Carmen fue hasta el espejo. La noche anterior aún se veía hermosa, sonriente. Ahora, su reflejo era el de una mujer demacrada: cabello desordenado, ojeras profundas, el rostro sin vida.

—¿Qué me está pasando?

Entonces recordó el sueño:

—Soñé con mi abuela. Me dijo lo que debo hacer…

—Carmen, por favor, vístete. Vamos al hospital.

—No iré. Ella dijo que los médicos no pueden ayudarme.

Discutieron como nunca antes. Javier, desesperado, la llamó loca por confiar en una anciana de un sueño. Intentó forzarla a salir, tomándola del brazo.

—Si no vas por las buenas, irás por las malas.

Carmen se soltó, perdió el equilibrio y se golpeó contra la pared. Javier, furioso, tomó su abrigo y salió dando un portazo. Carmen, con lo último de sus fuerzas, envió un mensaje a su jefe diciendo que estaba enferma y que necesitaría unos días.

Javier regresó cerca de la medianoche, pidiendo disculpas. Carmen solo le dijo:

—Llévame mañana al pueblo donde vivía mi abuela.

A la mañana siguiente, Carmen parecía más un cadáver que una joven. Javier insistía:

—Carmen, por favor, vamos al hospital. No quiero perderte.

Pero fueron al pueblo. Carmen no lo visitaba desde que sus padres habían vendido la casa de su abuela. Durmió gran parte del camino, pero al acercarse, despertó y señaló:

—Es por ahí.

Bajó del coche con dificultad y cayó sobre la hierba. Sin embargo, sabía que estaba en el lugar indicado en su sueño. Encontró las hierbas necesarias y regresaron a casa. Javier preparó la infusión tal como ella había indicado. Carmen la bebió lentamente y, con cada sorbo, se sentía un poco mejor.

Con esfuerzo fue al baño. Al levantarse, notó que su orina estaba muy oscura. En lugar de asustarse, repitió lo que su abuela le había dicho:

—La oscuridad está saliendo…

Esa noche volvió a soñar con su abuela. Esta vez, le reveló que alguien le había lanzado un hechizo utilizando la aguja oxidada. La infusión la ayudaría, pero por poco tiempo. Carmen debía descubrir quién era el culpable y devolverle el daño. Su abuela confesó que no sabía quién era, pero que Javier estaba de alguna forma relacionado. Si no hubiese tirado la aguja, podría haber dicho más.

—Haz lo siguiente: compra una caja de agujas y, sobre la más grande, recita este conjuro: “¡Espíritus nocturnos, antes de descansar, escuchadme! Fantasmas de la noche, proclamad la verdad. Rodeadme, señaladme, ayudadme, mostradme a mi enemigo…”. Luego, coloca esa aguja en el bolso de Javier. Quien te hizo daño se pinchará con ella. Así sabremos quién fue, y podrás devolverle su maldad.

La abuela desapareció como vapor después de decir eso.

Carmen se despertó más confiada. Aún estaba débil, pero sentía que no estaba sola. Javier quiso quedarse con ella ese día, cuidándola. Se sorprendió cuando Carmen dijo que quería ir sola al supermercado.

—Carmen, no seas terca. Apenas puedes caminar.

—Entonces hazme una sopa. Estoy muerta de hambre.

Carmen siguió las instrucciones del sueño. Esa noche, colocó la aguja en el bolso de Javier. Antes de dormir, él le preguntó:

—¿Estás segura de que estarás bien? ¿Quieres que me quede?

—Estaré bien.

Aunque se sentía algo mejor, sabía que la oscuridad aún vivía dentro de ella. La infusión solo la mantenía estable. Esperaba con ansiedad el regreso de Javier.

Cuando él volvió, ella lo recibió con una pregunta:

—¿Cómo estuvo tu día?

—Bien… pero pasó algo curioso. Irina, la chica del otro departamento, me ayudó a sacar las llaves del bolso porque tenía las manos llenas de papeles… y se pinchó con una aguja. ¡Se puso furiosa!

—¿Y qué relación tienes con Irina?

—Carmen, por favor… Yo solo te amo a ti. Irina no significa nada.

—¿Estaba en tu fiesta de cumpleaños?

—Sí, pero solo es una compañera.

En ese instante, todo encajó. Carmen comprendió cómo había llegado la aguja oxidada a su bolso: Irina la había puesto allí. Intentaba eliminarla como rival, utilizando brujería.

Días después, Javier le comentó que Irina se había ausentado del trabajo por una extraña enfermedad que los médicos no sabían cómo tratar.

Ese fin de semana, Carmen pidió que la llevaran al cementerio del pueblo, donde descansaba su abuela. Compró flores y guantes para limpiar la tumba. Al llegar, reconoció en la foto el mismo rostro que la había visitado en sueños y le había salvado la vida.

Limpió el lugar, colocó las flores y dijo:

—Abuela… Perdona por no venir antes. Pensé que bastaba con las visitas de mis padres, pero me equivoqué. Ahora vendré más seguido. Si no fuera por ti, probablemente ya no estaría aquí.

En ese momento, sintió como si unos brazos la rodearan suavemente. Al girarse, no vio a nadie. Solo una brisa leve que acarició su rostro…


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