“Voy a pedir para ti el ataúd de la mejor calidad,”

“Voy a pedir para ti el ataúd de la mejor calidad,” susurró el marido al oído de su esposa, que estaba en coma, ya imaginando cómo gastaría su dinero…Pero, en ese preciso momento, recibió un mensaje verdaderamente aterrador.
Hace más de dos semanas, la esposa estaba en coma.
Después del terrible accidente, no había recuperado la conciencia. Se mantenía viva solo gracias a los aparatos. Los médicos fueron muy claros con el marido: las probabilidades de recuperación eran casi nulas. Sería mejor considerar desconectar los aparatos para no alargar el sufrimiento.
El marido asintió.
Aceptó demasiado rápido.
Porque esperaba ese día.
Lo había estado esperando durante mucho tiempo.
Frente a los médicos, hizo una representación perfecta del luto. Los hombros caídos, la cabeza baja, los sollozos tan convincentes que una joven enfermera tuvo que secarse las lágrimas discretamente.
— Déjenme al menos despedirme… — rogaba con voz temblorosa. — Voy a perder al amor de mi vida…
Los médicos aceptaron.
Entró solo en la habitación. La esposa estaba allí, inmóvil. Parecía tranquila, casi viva, como si solo estuviera durmiendo. Solo el tubo en su garganta revelaba la verdad.
El marido se sentó a su lado. Notó que la enfermera en el pasillo no le quitaba los ojos de encima.
Entonces actuó.
Le acarició el cabello, fingió ternura, forzó una lágrima. Se inclinó hacia ella, como un hombre destrozado por el dolor.
Y, acercándose a su oído, susurró tan bajo que nadie más pudo oír, excepto ella:
— Voy a pedir para ti el ataúd de la mejor calidad, querida…
Sonrió de lado.
— Ya tengo el dinero. Todo tu dinero ahora es mío.
Se enderezó, echó un último vistazo y estaba a punto de salir de la habitación cuando su teléfono vibró.
Un mensaje.
Al leerlo, la sangre se le fue de la cara.
“Querido… si estás leyendo esto, es porque pensaste que no te escucharía.
Pero escuché todo.”
El corazón del marido comenzó a latir rápido.
El mensaje continuaba.
“No estoy muerta. Nunca lo estuve.
Y ahora, todos sabrán quién eres realmente.”
El teléfono casi se le cayó de las manos.
Se giró rápidamente hacia la cama.
Los dedos de la esposa se movieron.
Las máquinas comenzaron a pitar de manera diferente. El monitor cardíaco aceleró. Sus ojos se abrieron lentamente, mirándolo con una claridad aterradora.
La enfermera entró corriendo en la habitación, seguida por los médicos.
— ¡Está despertando! — gritó alguien.
El marido intentó retroceder, pero sus piernas no lo obedecían.
Días después, salió la verdad.
El coma nunca había sido tan profundo como él pensaba. En ciertos momentos, ella estuvo consciente. Lo suficientemente consciente para escuchar. Lo suficientemente consciente para entender. Y lo suficientemente consciente para grabar todo.
Antes del accidente, ella ya sospechaba de su marido. Había transferido la mayoría de sus bienes a una cuenta protegida y dejó pruebas guardadas con su abogado.
El mensaje había sido programado para ser enviado en ese preciso momento.
Días después, el marido ya no estaba en el hospital. Estaba siendo interrogado. Fraude, intento de apropiación indebida, conspiración.
Ella sobrevivió.
Y mientras él perdía todo — dinero, reputación, libertad — ella recuperaba no solo la vida, sino algo aún más grande:
La oportunidad de empezar de nuevo… lejos del hombre que había deseado su muerte.



