Venganza en el Ascensor: Un Giro Inesperado

Lo que se suponía que sería uno de los días más felices en la vida de mi esposo se convirtió en el escenario de su mayor traición — y de mi perfecta venganza.
Daniel, mi esposo, llevaba semanas preparando una importante presentación para un evento corporativo. Se desvelaba trabajando, estaba bajo presión constante, y yo, con todo mi amor, me aseguré de que tuviera todo listo: su traje planchado, su pasta favorita servida la noche anterior, y una sonrisa en el rostro cuando le deseé suerte al salir de casa, aunque algo me inquietaba por dentro.
Horas después, mientras limpiaba la casa, noté que había olvidado su computadora portátil — la que contenía su presentación.
No dudé: la tomé y conduje directamente al hotel donde, supuestamente, se realizaba el evento.
Pero al llegar, algo no cuadraba.
El hotel estaba extrañamente vacío. Nada de gente, ni movimiento típico de una gran conferencia. Me acerqué a la recepción y pregunté por el evento. La recepcionista, confundida, me dijo que no había nada programado para ese día.
Mi corazón se aceleró. Le pedí que revisara si había una habitación reservada a nombre de Daniel. Tras unos segundos, confirmó que sí… y me dio el número del cuarto.
Con un mal presentimiento, subí por las escaleras y caminé hacia el pasillo.
Fue entonces cuando escuché risas suaves, susurros… y besos.
Me asomé discretamente y vi lo impensable: Daniel de la mano con Hugo — mi mejor amigo — entrando juntos a la habitación.
El dolor fue instantáneo. Pero en vez de armar un escándalo, saqué mi celular, tomé unas fotos como prueba… y me marché en silencio, con lágrimas cayendo por mi rostro.
Volví al lobby. La recepcionista, que notó mi angustia, me ofreció su ayuda. Le conté lo que pasó… y juntas planeamos mi venganza.
Me llevó a un ascensor privado, uno que no figuraba en los mapas del hotel.
Esperé adentro, en calma.
Pocos minutos después, Daniel y Hugo llegaron, rieron y entraron… sin notar mi presencia.
Las puertas se cerraron.
El ascensor comenzó a subir. De repente, dejé caer una bolsita de caramelos al suelo con estrépito. Ambos miraron hacia abajo, confundidos, y entonces di un paso al frente.
— “Sorpresa. ¿Se están divirtiendo?” dije con voz firme.
Sus caras… no tenían precio.
Trataron de explicar, de negar. Les mostré las fotos. Señalé la cámara del ascensor.
— “Se acabó”, dije en voz baja.
Cuando el ascensor se detuvo, salí primero, con la cabeza en alto, dejándolos atrás en completo silencio.
Esa fue la última vez que los vi juntos.



