El secreto del Señor Sonrisas: Un camino hacia la redención.

Pensaba que conocía a mi esposa, Laura. Nueve años de matrimonio me habían dado la seguridad de que nuestra relación era fuerte, basada en la confianza y el amor. No había secretos entre nosotros. O al menos, eso creía.
Todo comenzó de manera inocente. Oliver, nuestro hijo de siete años, adoraba dibujar. Su habitación estaba llena de garabatos coloridos, un diario visual de su imaginación. Pero un día me entregó un dibujo que me dejó paralizado.
—Oliver —le pregunté sosteniendo el dibujo—, ¿quién es este?

Él me miró con esos ojos grandes e inocentes.
—Es el Señor Sonrisas, papá. El amigo de mamá. Viene cuando tú estás en el trabajo.
Sentí cómo se me encogía el corazón. ¿El amigo de mamá? Nunca había escuchado ese nombre. Laura siempre había sido reservada con su tiempo, pero yo nunca le había dado demasiada importancia. Ambos teníamos nuestras rutinas.
Intenté convencerme de que era sólo un amigo imaginario. Pero al día siguiente, vi cómo el teléfono de Laura vibraba y ella lo escondía rápidamente tras leer el mensaje con una sonrisa.
Empecé a sospechar. Observaba sus llamadas, sus salidas, los tickets de lugares que yo no conocía. Entonces encontré otro dibujo: el Señor Sonrisas al lado de Laura. Y una frase escrita con la letra temblorosa de Oliver: “Mamá quiere al Señor Sonrisas”.
Esa noche no pude más. Instalé una cámara escondida en la sala. Laura dijo que tenía una reunión. Me quedé en el auto, viendo la transmisión en vivo desde mi celular.
Pasaron los minutos… hasta que la puerta se abrió.
Entró un hombre alto, sonriente, como si conociera perfectamente el lugar. Mi corazón se detuvo.
Pero no venía solo. Detrás de él, vi a mi hermana Sophie… y luego, a más personas: amigos de toda la vida, riendo y charlando como si fuera una fiesta.
Corrí a la casa y abrí la puerta bruscamente.
Todos se quedaron en silencio. Laura me miró con pánico.
—¡No, espera, por favor! —dijo corriendo hacia mí.
—¿Qué es esto, Laura? ¿Por qué no me contaste?
—No es lo que piensas… —empezó a decir con voz quebrada.

El Señor Sonrisas dio un paso al frente.
—Tal vez ya es momento, Laura —dijo con calma.
—¿Quién eres? —le grité—. ¿Qué está pasando?
Laura, llorando, me tomó de la mano.
—Ethan, lo siento. Nunca quise que lo supieras así. Él… no es solo un amigo. Él nos está ayudando a organizar una intervención.
—¿Una qué?
—Por tu alcoholismo, Ethan. Lo estás negando desde hace meses. Está afectando tu salud y nuestra familia.
Me quedé en shock. Había imaginado engaños, mentiras… pero la verdad era más dura. Era yo el problema.
—¿Por qué no me dijiste?
—Lo intentamos —dijo ella—. Pero ya no sabíamos cómo llegar a ti.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Había estado ciego. Buscando culpables afuera cuando el dolor estaba dentro.
—Voy a buscar ayuda —le prometí.
Sabía que tenía que disculparme con todos, que no sería fácil. Pero por primera vez, sentí esperanza.
Tal vez podía cambiar. Tal vez podía salvar a mi familia. Y aunque el camino sería largo, por fin estaba listo para enfrentarlo.