Historias

Venganza, redención y perdón: La historia de Amanda y su padre ausente.

El padre de Amanda abandonó a la familia cuando ella era apenas un bebé. Durante toda su vida, Amanda lo odió, y ese odio resurgió con más fuerza que nunca cuando vio una foto de él junto a su nueva prometida. Quería vengarse. Pero ¿qué camino tomaría Amanda para hacerle sentir lo que ella había vivido?

Después de un largo y agotador día de trabajo, Amanda regresó a la casa donde creció. Aquella modesta vivienda era su único refugio real, llena de recuerdos de su infancia y de su madre, que ya había fallecido.

Tras salir del sistema de acogida, Amanda reclamó la casa como suya. No era solo una construcción; era un lazo con su pasado y con el amor que había recibido de su madre.

—¡Ah, olvidé recoger el periódico! —dijo al ver el diario doblado junto a la puerta. Lo tomó y lo dejó sobre la mesa de la cocina antes de prepararse una taza de té.

Se sentó y abrió el periódico como siempre hacía. Pero ese día, algo le llamó la atención.

En la portada había una foto de su padre, Robert, junto a una mujer joven llamada Clara. Era un anuncio de su próxima boda.

Al ver la imagen, todo el dolor por el abandono resurgió. Recordó cómo él había roto su promesa de estar siempre allí. Se fue cuando su madre enfermó… y nunca regresó.

Años de ira y dolor reprimidos brotaron de golpe. Amanda se llevó la mano al pendiente de plata que su madre le había regalado tiempo atrás.

—La traición no es nada nuevo para ti —susurró, mientras una idea oscura comenzaba a tomar forma. Llena de rabia y dolor, decidió enfrentarlo.


A la mañana siguiente, Amanda llegó a la casa de Robert: una propiedad elegante que contrastaba con sus humildes raíces. Se escondió detrás de un árbol grande, esperando el momento adecuado.

Pronto, la puerta se abrió. Su padre salió. Clara lo siguió y lo besó para despedirse.

—Dios mío… —susurró Amanda, apartando la mirada. No podía soportar verlo besar a otra mujer.

Una vez que se marcharon, Amanda salió de su escondite y empezó a rodear la casa, buscando una forma de entrar.

—La ventana —murmuró, al ver una abierta en el segundo piso. Había trepado árboles toda su infancia. No sería difícil.

En poco tiempo, ya estaba dentro del dormitorio de su padre. Con movimientos firmes pero temblorosos, se acercó a la cama y desordenó las cobijas con intención.

Luego, quitó uno de sus pendientes—simple, pero significativo—y lo dejó sobre la cama. Quería sembrar dudas y provocar una pelea.

Salió por la misma ventana y esperó.

Desde su escondite, Amanda vio cómo Clara regresaba. Poco después llegó Robert. Minutos más tarde, Amanda se acercó a la puerta y tocó el timbre.

—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó Clara al abrir.

—Vengo a ver a Robert. ¿Eres su empleada? —preguntó Amanda, fingiendo confusión.

—No, soy su prometida —respondió Clara, mostrándole el anillo.

—¿Prometida? ¡Ese descarado! ¡Me dijo que yo era la única en su vida! —exclamó Amanda.

Clara, desconcertada, llamó a Robert. Él salió y negó conocerla, pero Amanda insistió:

—Oh, me conocías muy bien hace unas horas, ¿no?

Clara, furiosa, creyó la mentira.

—No quiero causar problemas —dijo Amanda—. Solo vine a recuperar un pendiente que perdí aquí. Es de mi madre y significa mucho para mí.

Robert intentó impedirle entrar, pero Clara la dejó pasar. Amanda fue al dormitorio y recogió el pendiente que había dejado.

—¡Aquí está! —dijo.

—¡No lo puedo creer! —gritó Clara—. ¡Eres un traidor! ¿Cómo llegó este pendiente a nuestra cama?

—¿Qué? ¡Esto es absurdo! ¡Ella miente! —protestó Robert.

—¡Me engañaste y encima mientes! —acusó Clara, cancelando la boda y marchándose.

Amanda se disculpó y salió. Una extraña satisfacción la invadió. Su padre había probado una pizca de la traición que ella había vivido.

—Por fin —pensó, aliviada, caminando hacia su coche.


Una semana después, Amanda limpiaba mesas en el restaurante donde trabajaba cuando oyó a sus compañeras hablar de una gran boda.

—¿De qué boda hablan? —preguntó.

—¡Amanda! ¿No lo sabes? ¡Ese empresario, Robert algo!

—Se casó con una tal Clara. ¡Gastaron millones! ¡Fue increíble! —dijo Sarah.

—¿Qué? —Amanda se sorprendió, pero fingió indiferencia—. ¿Quién gasta tanto en una boda? Es una locura…

Por fuera fingía desprecio, pero por dentro se sentía derrotada. No quería que Robert tuviera un nuevo comienzo después de todo lo que había hecho.

Las palabras de su madre resonaron en su mente:
“La ira es como una piedra pesada, Amanda. La llevas contigo y te aplasta. A veces hay que soltarla. A veces, perdonar es la única salida.”

Su madre siempre se lo decía cuando alguien la hería. Siempre la animaba a perdonar.

Amanda cerró los ojos y reflexionó. Dañar a Robert no la había hecho sentir mejor. Necesitaba algo más profundo: un cierre real.


Días después, Amanda volvió a la casa de Robert. Esta vez no guiada por la ira, sino por el deseo de comprender.

Respiró hondo y tocó el timbre.

—¿Otra vez tú? —dijo Clara al abrir.

—Vengo a hablar con Robert. No soy su novia. Mentí. Soy… su hija.

—¿Qué? ¿Es una broma?

—No lo es. Yo…

—¿Quién está ahí, Clara? —preguntó Robert al acercarse.

—¿Tú otra vez? ¡Déjanos en paz! —gritó él.

—Papá… soy yo —dijo Amanda—. Vine para saber por qué. ¿Por qué nos dejaste?

El rostro de Robert cambió. Una chispa de dolor se dibujó en su expresión.

—¿Amanda? ¿De verdad eres tú?

Amanda lloraba.

—Sí, papá. Soy yo —su voz temblaba—. Solo… necesitaba saber por qué.

Robert bajó la cabeza.

—Entra, Amanda. Por favor.

Dentro, Amanda apretaba el pendiente en su mano.

—Mamá se enfermó después de que te fuiste —empezó—. Luchamos. Luego, me llevaron al sistema. No fue fácil…

Robert la escuchó en silencio. Amanda habló de su rabia, de su deseo de venganza, y de cómo había intentado arruinar su boda.

—Entiendo tu enojo —dijo Robert al fin—. No hay excusa. Fui un cobarde.

Y entonces contó su versión. Habló de la culpa, de las malas decisiones, de su intento por rehacer su vida. El miedo al rechazo lo había paralizado.

—Nunca quise abandonarlas —dijo con lágrimas—. Me arrepiento cada día. Pero tuve miedo. Por favor, Amanda… perdóname.

Amanda se sintió abrumada. No era un villano, sino un hombre roto por el miedo y la culpa.

La ira se desvaneció. En su lugar, surgió la comprensión.

—Supongo que te perdono, papá —dijo, incluso sorprendida de sí misma—. No borra lo que pasó, pero ya no quiero cargar con esto. Pesa demasiado.

El alivio se dibujó en el rostro de Robert. Le tomó la mano, y ese gesto fue el primer puente entre los años perdidos.

—Gracias, Amanda —dijo emocionado—. Gracias por darme una oportunidad.

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